Pedro, el soñador pastor
Había una vez un pequeño pueblo en las montañas donde vivía Pedro, un niño de espíritu aventurero con un sueño: ¡ser un gran pastor de ovejas como lo eran su padre y su abuelo!
Cada mañana, Pedro se despertaba con el canto de los pájaros y corría a la granja con la esperanza de aprender todos los secretos de la crianza de ovejas. Sin embargo, había un pequeño obstáculo en su camino: su hermana mayor, Sara.
"¿Para qué querés ser pastor, Pedro? ¡Si jamás vas a ser tan bueno como papá!" - le decía Sara entre risas.
Pedro se sentía triste, pero su amor por las ovejas lo mantenía firme en su decisión. Pasaba horas observando a su padre y a su abuelo mientras cuidaban del rebaño, escuchando sus historias sobre aventuras pasadas y la importancia de ser valiente.
Un día, mientras paseaba entre las ovejas, Pedro notó algo inusual. Una oveja, que había venido al rebaño hace poco, estaba apartada del grupo, con una patita lastimada.
"¡Ay, pobrecita!" - dijo con compasión, acercándose a la oveja.
**Sabía que debía actuar.** Con mucho cuidado, llevó a la oveja al corral y le habló suavemente:
"No te preocupes, te voy a ayudar."
Buscó en el cobertizo de herramientas un vendaje y una pomada que su abuelo solía usar. Aunque no era un experto, había visto tantas veces a su padre hacerlo que trató de imitarlo.
Cuando Sara lo vio, no pudo evitar soltar una risa burlona:
"¡Mirá lo que hace el futuro pastor! ¡No sabés ni curar a una oveja!"
Pero Pedro, sin rendirse, concentró toda su atención en la oveja. Después de un esfuerzo, logró vendar la patita y darle agua. La oveja comenzó a parecer más tranquila.
Al día siguiente, cuando Pedro fue a revisar cómo estaba su amiga, se dio cuenta de que ya estaba de pie, moviendo su colita con alegría.
"¡Lo logré!" - gritó felizmente. Pero nuevamente se encontró con Sara.
"No importa si una oveja se siente mejor, eso no te convierte en pastor."
Pedro, aunque herido por sus palabras, decidió que lo que realmente contaba era el amor que tenía por las ovejas. Así que se levantó cada día más temprano para cuidar de ellas. Un día, mientras pasaban por un campo, notó algo en el horizonte: un grupo de lobos acechando.
"¡Sara, ven rápido!" - gritó mientras corría hacia su hermana.
"¡No me asustes! ¿Qué pasó?" - respondió ella, alarmada.
"Los lobos están intentando atacar al rebaño. ¡Debemos protegerlas!"
Sara lo miró, incrédula:
"¿Y cómo pensás que vas a hacer eso?"
Pedro agarró un palo de un árbol y le dijo con firmeza:
"Si nos unimos podemos asustarlos para que se vayan. ¡Vamos!"
Juntos, comenzaron a gritar y a agitar los brazos con los palos. El ruido llamó la atención de los lobos, que decidieron retroceder. Pedro sentía el corazón latiendo fuerte.
Después de un rato, los lobos se alejaron.
"¡Lo hicimos!" - exclamó Pedro, lleno de emoción.
Sara, sorprendida por el valor de su hermano, lo miró con respeto.
"Nunca pensé que fueras tan valiente, Pedro. Tal vez sí puedas ser un buen pastor, después de todo."
A partir de ese día, Sara decidió ayudar a Pedro a cuidar de las ovejas. Juntos, aprendieron sobre el pastoreo, la vida en el campo y la importancia de ser responsables con los animales.
Con el paso del tiempo, no solo Pedro se convirtió en un pastor admirado por su dedicación, sino que Sara también descubrió su propia pasión por el campo. Juntos, cuidaron de su rebaño, y la familia se unió más que nunca.
La historia de Pedro se convirtió en leyenda en el pueblo y demostró que con sueño y valentía, uno puede superar cualquier obstáculo y demostrar que todos pueden ser quienes deseen ser, sin importar lo que digan los demás.
Y así, Pedro aprendió que los verdaderos pastores no solo cuidan ovejas, sino que también cuidan de sus sueños y de aquellos que aman.
FIN.