Pedro y el Dragón Sabio



Había una vez, en un reino no tan lejano, un joven llamado Pedro. Con su corazón lleno de valentía y su mente curiosa, un día se enteró de que una hermosa princesa había sido capturada por un enorme dragón. Pedro sabía que tenía que hacer algo para ayudarla.

"Debo rescatar a la princesa", se dijo a sí mismo mientras se preparaba para aventurarse a la cueva del dragón, un oscuro lugar llenos de ecos y misterios. Con su mochila al hombro y un mapa desgastado que encontró en el viejo castillo del rey, Pedro emprendió su camino.

Al llegar a la entrada de la cueva, el aire se volvió frío y espeso. El joven tomó una profunda respiración y se adentró. A medida que avanzaba, podía escuchar el sonoro rugido del dragón, que retumbaba en las paredes de la cueva.

Cuando Pedro entró en la gran sala donde el dragón dormitaba, se sintió muy pequeño. El dragón, con escamas relucientes y ojos de fuego, se despertó y, al ver a Pedro, soltó un tremendo grito.

"¡¿Quién osa entrar en mis dominios? !" - bramó el dragón.

Pedro, aunque asustado, recordó lo que había aprendido de los libros. No siempre la fuerza es la solución. Así que, en vez de luchar, decidió hablar.

"Soy Pedro, joven aventurero y no tengo intención de pelear. Solo quiero conversar contigo" - comenzó a decir mientras avanzaba lentamente.

El dragón, intrigado, frunció el ceño pero no lo atacó. "¿Conversar? ¿Para qué? Soy un dragón temido y poderoso. No necesito a un humano en mi cueva".

"Tal vez no, pero todos necesitamos amigos. La soledad no es buena para nadie, ni para un dragón aunque sea gigante" - respondió Pedro con una sonrisa.

El dragón se quedó en silencio, reflexionando sobre lo que Pedro había dicho. "Puedo tener tesoros, pero disfrutar de ellos solo es aburrido. ¿Por qué deberías importarme?" - inquirió el dragón.

"Porque un tesoro no se compara con una buena amistad. Tal vez, si sueltas a la princesa, podrías comenzar a tener compañía de aquellos que te admiran, no de los que te temen" - replicó Pedro con convicción.

El dragón frunció el ceño nuevamente, intentando descifrar las palabras de aquel valiente joven. "¿Y si no me gusta tener compañía?" - preguntó, ya un poco más interesado.

"Siempre puedes probar, y si no te gusta, bueno, siempre puedes volver a estar solo. Pero al menos habrás intentado algo nuevo. Imaginate a esa princesa hablando contigo y compartiendo su mundo" - dijo Pedro, girando parcialmente para mirar a la princesa atrapada en una esquina de la cueva.

La princesa, que había estado escuchando con atención, asintió. "Por favor, querido dragón. No soy un tesoro, soy una persona y tengo historias y sueños que compartir. Podrías aprender tanto de mí".

El dragón, que hasta ese momento había creído que la princesa solo era un objeto de valor, comenzó a pensar en lo que Pedro y ella estaban diciendo. "¿Podrían querer de verdad ser mis amigos?" - preguntó con una voz más suave, asombrado.

"¡Pero claro! Solo tienes que dejar que las personas te conozcan. La amistad puede ser el tesoro más valioso de todos" - exclamó Pedro, con los ojos brillando de emoción.

Finalmente, el dragón se dio cuenta de que habían pasado años desde que nadie le había hablado con amabilidad. Suspiró y, con un gesto monumental, se inclinó hacia un lado y dijo: "Está bien, como un primer intento a la amistad, la princesa es libre. Quiero conocer sus historias".

La princesa sonrió y, junto a Pedro, salió de la cueva con el dragón detrás de ellos, ansioso por escuchar lo que tenía que contarles. Pedro, además de haber rescatado a la princesa, también había conseguido algo increíble: un nuevo amigo.

Desde ese día, el dragón dejó de ser temido por la gente del reino. En vez de ello, se convirtió en un sabio guardián que ayudaba a los viajeros y compartía sus conocimientos. Y así, Pedro, la princesa y el dragón vivieron muchas aventuras juntos, recordando siempre que la comunicación y la comprensión son las claves para resolver los conflictos y formar lazos verdaderos.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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