Pedro y el Espíritu de Kumara



Era un día soleado en Potosí, Bolivia, un lugar famoso por sus minas de estaño. Pedro Cali, un joven trabajador, llegaba ansioso al trabajo. Como todos los días, pasaba junto a la entrada de una cueva oscura donde muchos creían que habitaba un espíritu maligno llamado K'umara. La gente decía que K'umara necesitaba ofrendas para no llevarse a los mineros. Pedro se reía de estas supersticiones, convencido de que no había nada de qué preocuparse.

"¡Por favor!", decía Pedro a sus compañeros. "No pueden creer en cuentos de fantasmas. ¡Sólo son historias para asustar a los niños!"

Un día, mientras Pedro trabajaba en la cueva, empezó a sentir un frío inusual. La luz del sol apenas llegaba hasta allí, las sombras danzaban en las paredes de roca.

"¿Cómo puede ser que esté tan frío?", murmuró Pedro, sintiéndose incómodo.

Al mirar a su alrededor, vio que sus compañeros se habían alejado, murmurando oraciones y ofreciendo pequeñas ofrendas de frutas y hojas a la entrada de la cueva. Pedro se burló de ellos.

"No entiendo por qué desperdician su comida en esas tonterías. Vamos, ¡hay trabajo que hacer!"

De repente, un murmullo resonó en la cueva y un aire helado lo envolvió. Pedro sintió que algo lo observaba. En ese instante, una figura vaporosa apareció ante él: era K'umara, un espíritu con ojos brillantes y una sonrisa siniestra.

"Pedro Cali, has ignorado mis advertencias", dijo K'umara con una voz profunda.

Pedro se paralizó. Para su sorpresa, en lugar de asustarse, una extraña curiosidad lo invadió.

"¿Tú eres K'umara?", preguntó Pedro con la voz temblorosa.

"Así es. He observado tu desdén hacia las costumbres de este lugar. La gente me ofrece alimentos para protegerse, pero tú solo ríes. ¿Por qué?"

"Porque son solo cuentos. No creo en ti. Solo quiero trabajar y salir de aquí", contestó Pedro desafiante.

K'umara sonrió, pero había un aire de tristeza en su rostro.

"No es justo subestimar las creencias de otros. Muchos me temen porque no entienden quién soy realmente."

El joven se cruzó de brazos.

"¿Y quién sos entonces?".

K'umara hizo un gesto con su mano y las paredes de la cueva comenzaron a brillar. Imágenes de mineros sacrificados aparecieron, pero luego se transformaron en escenas de gente ayudándose entre sí, ofreciendo frutos, flores y sonrisas en comunidad.

"Soy el guardián de las cuevas, no un ser maligno. Estoy aquí para proteger la riqueza del lugar y a quienes trabajan en él. Las ofrendas son un símbolo de respeto y agradecimiento, no de miedo. Cuando ellos me ignoran, la tierra se siente herida."

Pedro abrió mucho los ojos. Su percepción cambió. A lo largo de los años, había visto a su comunidad unirse en tiempos difíciles, ofreciendo y ayudando a los demás. De repente, comprendió algo importante.

"¿Entonces no eres malo?"

"No, yo solo soy el eco de sus creencias. El respeto y la gratitud son lo que realmente me alimenta. Ahora, Pedro, aprenderás a mirar el mundo de otra manera."

K'umara levantó su mano y un cálido resplandor iluminó la cueva. Pedro se sintió invadido por una energía vital, entendiendo el valor de la comunidad y la importancia de preservar las tradiciones.

"Yo puedo cambiar, K'umara. Prometo respetar y valorar lo que la gente hace."

"Así será, joven Cali. Anticipa lo que vendrá de este nuevo entendimiento."

La figura etérea comenzó a desvanecerse.

"Nunca olvides, Pedro, el verdadero poder está en la unión de la comunidad."

Y mientras K'umara desaparecía, Pedro se sintió diferente. Cuando salió de la cueva, se encontró con sus compañeros.

"Chicos, hoy tenemos que hacer una ofrenda."

Los mineros se miraron sorprendidos. Pedro sonrió.

"No se rían. Es importante reconocer sus creencias. Vamos a hacerlo juntos."

Y así, Pedro aprendió que las tradiciones son como hilos invisibles que unen a la comunidad, y que respetarlas puede transformar no solo su vida, sino también la de quienes lo rodean. Desde entonces, cada vez que regresaban a la cueva, todos hacían energía positiva y ofrecían su gratitud a K'umara, el guardián de las minas y el protector de su gente.

Y colorín colorado, esta historia de respeto y unión ha terminado.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!