Pedro y el Gol Imposible
Era una soleada tarde de sábado en el barrio de Villa Esperanza. Todos los chicos y chicas estaban emocionados porque era el día de la gran final del torneo de fútbol. Pedro, un niño de diez años, estaba ansioso por mostrar sus habilidades en la cancha. El aroma de las empanadas que vendía la señora Marta impregnaba el aire, y el murmullo de los hinchas animaba a todos los jugadores.
Cuando llegó el momento del partido, Pedro se puso la camiseta de su equipo, Los Leones, y saltó a la cancha con su balón en mano.
"-¡Vamos, Pedro! ¡Nosotros creemos en vos! -, gritaron sus amigos desde la línea de banda.
Pero justo antes de empezarlo, Pedro notó que estaba bastante nervioso. Se pasó la mano por la frente y pensó: "-Es solo un juego. Solo tengo que divertirme." Sin embargo, esa sensación no se iba.
El árbitro hizo sonar el silbato, y el juego comenzó. Pedro empezó a correr detrás del balón, driblando a los rivales con habilidad. Cada vez que tocaba el balón, el público aplaudía y lo animaba.
"-¡Eso es, Pedro! ¡Sigue así! -, gritaba su papá, que estaba en la tribuna. Pero de repente, la ansiedad volvió a hacerle cosquillas en el estómago. A medida que se acercaba al arco, su mente se llenó de dudas. "-¿Y si fallo? ¿Y si el arquero me detiene? ¿Y si no lo logro? -
Justo en ese momento, su compañero Joaquín, que estaba muy al tanto de su estado, le dijo:
"-¡Pedro! Este es el momento. Solo piensa en el gol. Apreta el botón de tu corazón y ¡disfrutá! -
Con esas palabras en mente, Pedro tomó un profundo respiro y en lugar de pensar en lo que podía salir mal, se concentró en lo que más le gustaba: jugar al fútbol. Cuando Charly, el arquero rival, salió a taparle el tiro, Pedro recordó las horas de entrenamiento, los consejos de su papá y los sueños que le contaba a su abuela.
"-¡Yo puedo hacerlo! -, se dijo a sí mismo. Luego, corrió un poco más y cuando sintió que estaba en la posición perfecta, pateó el balón con todas sus fuerzas. El balón surcó el aire como un cohete.
"-¡Gol! ¡Gol! ¡Goooool! -, gritó todo el barrio enardecido. El balón entró en el arco y la alegría fue desbordante. Pedro no lo podía creer, había marcado un gol en la final.
Sus compañeros lo abrazaron y se lanzaron sobre él, levantándolo en una emoción colectiva.
"-¡Gracias, Joaquín! ¡No lo habría conseguido sin lograr controlarme! -, le dijo Pedro con la sonrisa más grande que había tenido.
Sin embargo, el partido no había terminado. A falta de unos minutos, el equipo rival se lanzó al ataque. Pedro se dio cuenta de que necesitaba ayudar a sus amigos. Entonces, recordó que había algo aún más importante que marcar goles: defender a su equipo.
"-¡Vamos, Leones! Este es nuestro momento. Todos tenemos que jugar en equipo. ¡A defender! , clamó Pedro. Pasó a ser el líder del equipo, organizando cómo estaban parados y animando a sus amigos.
La tensión creció con cada pase del equipo rival. Pedro se sintió muy comprometido, pero de repente uno de los delanteros rivales les robó la pelota. ¡Era un uno contra uno con el arquero! Pedro sin pensarlo, corrió como un rayo hacia el jugador. "-¡No vas a pasar! -, le gritó mientras se lanzaba de cuerpo entero y le robaba el balón.
La multitud estalló de alegría ante su valentía. En los últimos minutos, su equipo pudo mantener el resultado y finalmente, el árbitro volvió a sonar el silbato, indicando el final del partido.
El resultado fue 1-0 a favor de Los Leones. Todos abrazaron fervorosamente a Pedro. Sabían que, aunque había ocurrido un gol, su verdadera victoria fue el espíritu de equipo.
"-¡Lo logramos, chicos! ¡No solo jugué, sino que hicimos un gran equipo! -, exclamó Pedro entusiasmado.
Esa noche, cuando llegó a casa, su padre lo esperaba con una sonrisa. "-Estoy tan orgulloso de vos, hijo. No solo marcaste un gol, sino que además mostraste el verdadero significado de ser un buen compañero.
Pedro aprendió ese día que el fútbol no solo se trata de ganar o perder, sino de disfrutar, aprender, y sobre todo, hacer amigos. A partir de entonces, siempre recordaría esa lección.
Y así, la pasión por el fútbol de Pedro no solo se llenó de sueños de goles, sino de alegrías compartidas. Desde entonces, cada vez que entraba a la cancha, lo hacía con su sonrisa, su pasión y un gran compañerismo por sus amigos, dejando atrás cualquier tipo de miedo.
Adiós a los nervios, ¡hola a la diversión!
FIN.