Pedro y el Jardín de la Amistad



En un pequeño barrio de Buenos Aires, vivía un niño llamado Pedro. Desde muy chiquito, Pedro había mostrado ser un niño brillante. Leía libros de ciencia y matemáticas que dejaban a los adultos boquiabiertos. Sin embargo, había un pequeño gran detalle: Pedro no tenía amigos.

Como Pedro pasaba mucho tiempo con gente mayor, se sentía más viejo que los demás niños de su jardín, lo que lo llevaba a comportarse de manera un poco arrogante. Cuando sus compañeros intentaban jugar con él, lo hacía de mala manera.

"No, yo no quiero jugar a eso, es un juego de bebés" - decía Pedro con desdén.

Los otros niños se alejaban, heridos, y Pedro se quedaba solo, alienado en su magnífico mundo de saber, pero ansiando compañía.

Un día, durante el receso, mientras Pedro se acomodaba en una esquina del patio con un libro, escuchó a dos niños hablando sobre un nuevo juego que habían inventado en el jardín.

"Se llama El Laberinto de la Amistad. ¡Es muy divertido!" - exclamaba Clara, una niña con una risa contagiosa que siempre estaba rodeada de amigos.

"Sí, y cada vez que ayudamos a alguien a salir del laberinto, ganamos un punto. ¡Pero si somos egoístas, el laberinto se nos cierra!" - añadió Tomás, un niño con una sonrisa traviesa.

Pedro, intrigado por el juego, bajó la vista de su libro y, por primera vez, sintió la necesidad de participar.

Sin embargo, su mal carácter le jugó una mala pasada. Al acercarse al grupo, decidió que en lugar de unirse a ellos, él podría hacer un laberinto más complicado.

"¿Pueden jugar a un juego mejor? Yo tengo miles de ideas más geniales" - interrumpió, con una sonrisa que no convencía a nadie.

"Gracias, Pedro, pero ya tenemos nuestro juego. Quizás sería mejor que te unieras y, si te gusta, nos colaboras luego" - propuso Clara con amabilidad.

"No. Yo soy mejor en esto y no necesito ayuda de nadie" - respondió Pedro, molestando aún más a sus compañeros.

Esa frase quedó resonando en su mente, pero Pedro no se dio cuenta de cuánto había lastimado a los otros hasta que ellos decidieron no invitarlo más a jugar.

Al día siguiente, un evento especial estaba por ocurrir en el jardín: las familias estaban invitadas a participar de una fiesta de disfraces. Pedro se sintió emocionado, así que decidió ir disfrazado de científico loco, con tubos de ensayo y un gran pelo esponjado.

El día de la fiesta, todos los niños estaban felices, riendo y jugando en el jardín, pero Pedro se sentía extraño al notar que no tenía a nadie con quien compartir su entusiasmo. Vio a Clara y Tomás jugando su juego en equipo, riendo a carcajadas, y un sentimiento de soledad lo invadió.

Así fue como, esa misma tarde, decidió acercarse a ellos.

"Hola, ¿puedo jugar con ustedes? prometo no cambiar las reglas" - dijo tímidamente, aunque aún un poco orgulloso.

Clara y Tomás se miraron, un poco sorprendidos por la propuesta.

"Claro, Pedro, te estábamos esperando para que vinieras a probarlo" - respondió Clara con una gran sonrisa.

"Sí, ¡vení! Cuanto más amigos tengamos, más divertido será!" - agregó Tomás.

Pedro, al principio un poco nervioso, pronto comenzó a disfrutar no solo del juego, sino de la compañía. En el juego, él no sólo tenía que demostrar su inteligencia, sino también aprender a escuchar y colaborar.

Aquel día, Pedro descubrió que uniendo sus fuerzas y aprendiendo a trabajar en equipo se podía lograr mucho más que sólo ser el más inteligente.

"¡Esto es realmente genial! No sabía que ayudar podía ser tan divertido y valioso" - comentó Pedro, emocionado.

Cuando la fiesta terminó, Pedro ya no se sentía solo. Había encontrado en Clara y Tomás, no solo compañeros de juego, sino verdaderos amigos.

Desde entonces, Pedro aprendió a escuchar a los demás y a valorar la amistad. Participó activamente en el juego de "El Laberinto de la Amistad" y muchas otras actividades en el jardín. Con el tiempo, él y sus nuevos amigos formaron un grandioso equipo que se ayudaba mutuamente, en el juego y en la vida.

Y así, Pedro dejó de ser el niño solitario que prefería a los adultos. Ahora, disfrutaba de cada momento de juego, aprendiendo que la amistad es una aventura hermosa y que ser parte de un grupo podía ser tan emocionante como descubrir el mundo del conocimiento.

Y todos vivieron felices, creando juntos un paisaje colorido de risas y aventuras, porque, al fin y al cabo, Pedro aprendió: a veces, la mayor inteligencia reside en la capacidad de conectarse con los otros.

FIN.

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