Pedro y el Jardín de las Reglas
Era un día soleado en la escuela Primaria Arcoíris, donde Pedro, un niño de segundo grado, contemplaba la escena desde su aula. La locura reinaba por doquier: los chicos gritaban, nadie hacía caso, y las cosas volaban de un lado a otro. El maestro, Don Andrés, parecía más un espectador que un educador. Pedro no podía soportar más aquella falta de reglas que hacía que el ambiente fuera caótico.
"¿Por qué nadie respeta nada?" - se preguntaba mientras miraba cómo un grupo de chicos jugaba a patear una pelota dentro del aula, ignorando la disposición de los pupitres que se tambaleaban.
Pedro decidió que ya era suficiente. "Yo quiero que todo cambie" - murmuró, con una idea brillante en su mente.
Al día siguiente, Pedro decidió hablar con sus amigos durante el recreo. Se acercó a Sofía y a Lucas, quienes estaban tratando de armar un juego de bolitas
"¿Quieren jugar a algo divertido y organizado?" - preguntó Pedro, mientras observaba cómo los demás jugaban de manera descontrolada.
"¿Organizado? Suena aburrido" - respondió Sofía, mientras hacía un lanzamiento en el aire de su bolita.
Pedro insistió "Pero si tenemos reglas, podemos hacer algo increíble. Imaginen un torneo de bolitas donde todos conozcan las reglas. ¡Puede ser épico!"
Lucas, que siempre había sido un entusiasta de los juegos, se interesó, pero Sofía se cruzó de brazos "No sé, Pedro. Las reglas son un embole."
Aun así, Pedro no se desanimó. Regresó a casa esa tarde con una misión: iba a hacer un cartel que explicara su idea de un torneo de bolitas con reglas claras. Con cartulina, marcadores y mucha creatividad, creó el "Gran Torneo de Bolitas".
Al día siguiente, se lo mostró a sus compañeros. "Chicos, ¿qué les parece?" - preguntó entusiasmado.
Sofía miró el cartel y frunció el ceño. "Pero, ¿y si alguien no quiere seguir las reglas?"
"Si todos queremos divertirnos, entonces debemos hacerlo juntos. ¡Podemos votar!" - propuso Pedro.
La idea de votar resonó entre los demás, y poco a poco la emoción comenzó a crecer. Así, los estudiantes convivieron en el aula, formulando ideas para el torneo y estableciendo reglas. Al principio, algunos todavía bromeaban e ignoraban un poco, pero Pedro mantuvo su energía. Un grupo de niños, liderado por Lucas, formaron un equipo para jugar.
Así fue como el día del torneo llegó. Todos los chicos estaban ansiosos por participar. Los partidos se organizaron en rondas. A medida que los chicos competían, comenzaron a darse cuenta de lo divertido que era seguir reglas simples. No solo las bolitas rodaban; también la camaradería y la risa.
En una de las rondas, Sofía, que había llegado a disfrutar del evento, fue eliminada. Estaba furiosa. "¡No es justo!" - exclamó al ver que había perdido.
Pedro se acercó a ella. "Recuerda las reglas. A veces se gana y a veces se pierde. Lo importante es jugar y divertirnos todos juntos. ¿Qué tal si intentas de nuevo el próximo año?"
Sofía, aunque a regañadientes, asintió. "Está bien. Tal vez tengas razón."
La jornada culminó con una gran celebración. Al final del torneo, todos habían aprendido algo importante.
"¡Viva las reglas!" - gritó Lucas en medio de risas, mientras todos aplaudían.
Así fue como Pedro, el niño que quería cambiar las cosas en su mundo caótico, se convirtió en el héroe de su salón. Logró que sus compañeros entendieran la importancia de las reglas y aprendieran a jugar juntos, a respetarse y divertirse en armonía.
Cuando el sonido del timbre que anunciaba el final del día resonó, Pedro se sintió orgulloso. No solo había organizado un torneo exitoso, también había inspirado a sus compañeros a encontrar el equilibrio entre diversión y responsabilidad. Sabía que no solo había ganado el torneo de bolitas, había ganado un lugar especial en el corazón de sus amigos.
Al salir al patio, mientras todos hablaban de lo que habían vivido, Pedro sonrió. Tal vez, solo tal vez, con un poquito de esfuerzo, se podían hacer cambios positivos, incluso en un mundo sin reglas.
FIN.