Pedro y el Misterio de la Carita Calculadora



Era un día soleado en el colegio de Pedro. Todos los niños jugaban en el patio mientras él miraba su rostro reflejado en una pequeña charca. Pero ese día, algo había cambiado. Su compañero Lucas, un niño travieso con una risa contagiosa, se acercó a él y, con sus ojos chispeantes, le dijo:

"¡Eh, carade calculadora!"

Pedro, que siempre había sido un chico educado y sonriente, se sintió enfadado. No le gustaba que le dijeran así. Se cruzó de brazos y su ceño se frunció.

"No me llames así, Lucas. ¡No me gusta!" protestó Pedro.

"Pero es porque siempre sabes las respuestas en matemáticas, ¡se parece a una calculadora!" respondió Lucas, todavía riéndose.

"Eso no significa que me tenga que decir así. Es un apodo que me hace sentir mal" dijo Pedro con seriedad y un toque de tristeza.

Después de esa intervención, Pedro decidió irse a una esquina del patio. Se sentó bajo un árbol y se puso a pensar en lo ocurrido. No le gustaba el apodo, y no sabía cómo decirle a Lucas que dejara de llamarlo de esa manera. Se sentía solo.

Mientras tanto, dos chicas, Ana y Sofía, estaban armando un castillo de arena cerca de donde se sentaba Pedro. Al verlo tan pensativo, Ana se acercó y le preguntó:

"¿Por qué estás tan serio, Pedro?"

"Lucas me llamó ‘carade calculadora’ y no me gusta. Me hizo sentir mal" contestó Pedro, frunciendo el ceño.

Sofía, que siempre tenía una idea creativa, dijo:

"¿Y si hacemos un juego? Así te olvidas del apodo y además pasamos un buen rato.

- “¿Qué tipo de juego? ” preguntó Pedro, curioso.

"Un juego de matemáticas. Podemos hacer equipos y ver quién responde las preguntas más rápido. El que gane, le elige un nuevo apodo al otro, pero algo divertido y amigable. ¿Qué te parece?" propuso Sofía.

Pedro pensó en la idea. Quizá eso podría ayudarlo a sentirse mejor. Así que aceptó.

"Está bien, ¡hagámoslo!" dijo con una sonrisa, sintiendo que la energía volvía a su cuerpo.

Todos los niños en el patio se unieron al juego. Comenzaron a lanzar preguntas de matemáticas y a reírse entre ellos. Al final, Pedro, que tenía una mente brillante para las matemáticas, ganó la competencia. Todos aplaudieron y Pedro se sintió feliz.

Justo en ese momento, Lucas se acercó. Pedro lo miró un poco inseguro.

"¿Querés ser parte del juego, Lucas?" le preguntó con respeto.

"¡Sí! Pero no quiero ser el villano, solo quiero jugar", dijo Lucas, un poco avergonzado.

"Ok, pero te tengo que advertir, soy el campeón" respondió Pedro con picardía.

Así, todos juntos, comenzaron a jugar y, para gran sorpresa de Pedro, Lucas nunca volvió a decirle ‘carade calculadora’. Al ver cómo Pedro también era amable y divertido, las cosas se relajaron entre ellos.

Al finalizar el día, Pedro pensó en lo que había aprendido. A veces, lo que parece un problema grande puede ser una oportunidad para hacer amigos, aprender a jugar en equipo y crear nuevos apodos divertidos.

Así, en lugar de sentirse herido, Pedro decidió hablar abiertamente sobre cómo se sentía. Terminó por convertirse en el niño más querido del colegio, no solo porque era un genio en matemáticas, sino porque sabía cómo jugar con risas y con el corazón.

Desde ese día, nadie le volvió a llamar ‘carade calculadora’. Pedro se había convertido en ‘el Rey de las Matemáticas’ y siempre era recordado por su gran corazón y su capacidad de hacer nuevos amigos.

Y así, Pedro aprendió que, aunque a veces no nos gusta lo que otros dicen, siempre podemos encontrar una manera de convertir esos momentos en oportunidades para mejorar y disfrutar de la vida.

FIN.

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