Pedro y el monstruo valiente
Había una vez un misionero llamado Pedro que decidió viajar a Japón para conocer nuevas culturas y ayudar a las personas. Pedro era un hombre amable y curioso, siempre dispuesto a aprender de los demás.
Cuando llegó a Japón, se encontró con una pequeña aldea en la base de una montaña. Las casas eran tradicionales y las calles estaban llenas de colores brillantes. Pedro pensó que sería un buen lugar para comenzar su misión.
Una mañana, mientras caminaba por el mercado local, escuchó risas provenientes de una casa cercana. Se acercó y vio a un grupo de niños jugando en el jardín. Uno de ellos se llamaba Hiroshi, un niño tímido pero curioso.
Pedro se acercó al grupo y les dijo: "¡Hola chicos! ¿Puedo jugar con ustedes?" Los niños lo miraron sorprendidos pero luego sonrieron y asintieron emocionados. Durante semanas, Pedro visitaba la aldea todos los días para jugar con los niños.
Les enseñaba juegos nuevos e interesantes y ellos compartían su cultura japonesa con él. Fue así como Pedro aprendió sobre las costumbres del país: cómo hacer origami, escribir kanjis y tocar el taiko.
Un día, Hiroshi le contó a Pedro sobre un problema en la aldea. Había aparecido un monstruo gigante en la montaña cercana que asustaba a todos los habitantes. Los adultos no sabían qué hacer al respecto y tenían mucho miedo.
Pedro decidió ayudarlos y les propuso buscar una solución juntos. Con la ayuda de Hiroshi, recolectó información sobre el monstruo y descubrió que solo aparecía cuando la gente tenía miedo.
Pedro se reunió con los adultos de la aldea y les explicó lo que había descubierto. Les dijo: "Si dejamos de tener miedo, el monstruo desaparecerá". Los adultos estaban escépticos pero decidieron confiar en Pedro. Juntos, organizaron un festival para enfrentar sus miedos.
Crearon disfraces de monstruos y realizaron danzas tradicionales para celebrar su valentía. A medida que bailaban y se divertían, el monster empezó a desvanecerse poco a poco hasta desaparecer por completo.
La aldea estaba llena de alegría y gratitud hacia Pedro por haberlos ayudado a superar su miedo. Desde ese día, Pedro fue considerado un héroe en la aldea. Los niños lo miraban con admiración y aprendieron una gran lección: no debemos permitir que nuestros miedos nos controlen.
Pedro decidió quedarse en Japón para seguir ayudando a las personas. Se convirtió en un amigo querido de la aldea y continuó enseñándoles sobre otras culturas del mundo.
Y así, gracias a la valentía y amabilidad de Pedro, la pequeña aldea japonesa vivió felizmente sin temor a los monstruos imaginarios. Y cada vez que alguien sentía miedo, recordaba las palabras sabias del misionero: "No hay nada más poderoso que enfrentar nuestros temores juntos".
FIN.