Pedro y el poder de la amistad



Había una vez en un barrio de Buenos Aires un niño llamado Pedro. Era conocido por ser muy travieso, pero no de la manera divertida que uno espera. Pedro a veces pegaba a otros chicos y les hacía cosas pesadas, como quitarles sus juguetes. Nadie entendía por qué lo hacía, pero su comportamiento hacía que pocos quisieran jugar con él.

Un día, mientras Pedro estaba en el recreo, observó cómo un grupo de niños jugaba a la pelota. Se sintió un poco solo, así que decidió unirse, pero antes de acercarse, le hizo una travesura a un niño llamado Lucas, empujándolo y haciéndolo caer.

"¡Oye, Pedro! ¿Por qué siempre haces eso?" - le preguntó Lucas mientras se levantaba.

"Porque es divertido, ¿no?" - contestó Pedro, riendo.

Sin embargo, Lucas no se rió. Se alejó de Pedro y se unió a sus amigos, dejando a Pedro más solo que nunca. Ese día no pudo jugar con nadie. Al siguiente día, ocurrió algo inesperado. La maestra decidió implementar una nueva actividad en la escuela: un concurso de talentos. Todos debían mostrar algo especial que pudieran hacer.

Pedro se sintió un poco emocionado porque le gustaba bailar. Pero cuando intentó ensayar, nadie quería acompañarlo. Todos evitaban estar cerca de él. Al ver esto, Pedro sintió una punzada en su corazón.

"¿Por qué nadie quiere ser mi amigo?" - se preguntó en voz alta.

Esa tarde, se sentó en un rincón del parque sintiéndose triste. Entonces, una chica llamada Sofía, que siempre era amable con todos, se acercó.

"Hola, Pedro. ¿Por qué estás tan solo?" - le preguntó.

"Porque nunca puedo jugar. Siempre lastimo a los demás y ahora me lo están pagando con soledad" - admitió Pedro con voz temblorosa.

Sofía lo miró con compasión y le dijo:

"Si querés, todos podemos jugar juntos. Pero primero tenés que prometerme que no vas a hacerle daño a nadie. La diversión está en compartir y ser amigo."

Pedro pensó un momento. Nunca lo había visto de esa manera. Así que asintió, y se prometió a sí mismo que haría lo mejor posible para no hacer daño. Al día siguiente, en la escuela, decidió pedir perdón a Lucas.

"Che, Lucas, lamento haberte empujado. No debí hacerlo. ¿Podemos hacer las paces?" - le dijo Pedro, con sinceridad.

Lucas lo miró sorprendido, pero luego sonrió.

"Está bien, Pedro. Todos cometemos errores. Voy a darte otra oportunidad. ¿Te gustaría jugar a la pelota con nosotros?" - aceptó Lucas.

Pedro no podía creerlo. Se unió al grupo y, aunque al principio le costó, pronto empezó a disfrutar del juego. Se dio cuenta de que era más divertido pasar tiempo con amigos que estar solo. Con cada día que pasaba, Pedro se esforzaba más en ser amable y usado su energía de manera positiva, enseñando a los demás alguna de sus habilidades para bailar entre juegos y risas.

Poco a poco, los otros niños lo aceptaron en su grupo y Pedro descubrió una verdad maravillosa: la amistad es un juego muy especial que solo se juega cuando uno se preocupa por los demás.

Cuando llegó el día del concurso de talentos, Pedro subió al escenario junto a Lucas y Sofía. Con una sonrisa en la cara, se olvidó del miedo y se dejó llevar por la música.

"¡Vamos, Pedro, hacelo!" - le gritó Lucas desde el público. Sofía aplaudía con entusiasmo.

Pedro bailó como nunca antes lo había hecho, y cuando terminó, todo el público estalló en un aplauso.

"¡Eres espectacular, Pedro!" - le dijo Lucas, abrazándolo.

"Sí, lo lograste. Ahora somos un equipo" - agregó Sofía.

Pedro entendió que su vida había cambiado radicalmente. Había aprendido que la verdadera diversión no viene de hacer daño, sino de construir amistades.

Desde entonces, Pedro se comprometió a ser un mejor amigo, y siempre recordaba aquel día en el parque, donde una pequeña decisión lo llevó a un camino de alegría, risas y compañerismo. Y así fue como Pedro se convirtió en un niño querido, siempre rodeado de amigos, disfrutando de la vida como nunca antes.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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