Pedro y el valor de la amabilidad


Había una vez en un pequeño pueblo llamado Villa Saludo, un niño llamado Pedro. Pedro era conocido por todos en el pueblo como "el niño que no saludaba", ya que nunca respondía cuando alguien le decía hola.

Un día, la maestra de la escuela, la Señorita Rosa, decidió hablar con Pedro para entender por qué nunca saludaba a los demás.

Se acercó a él durante el recreo y le preguntó amablemente:- ¿Por qué nunca saludas a tus compañeros, Pedro? Pedro bajó la mirada y murmuró:- Es que me da vergüenza... La Señorita Rosa le sonrió con ternura y le dijo:- No tienes por qué sentir vergüenza, Pedro.

Saludar es una forma de ser amable y demostrar respeto hacia los demás. Pedro reflexionó sobre las palabras de la Señorita Rosa y decidió hacerle caso. Al día siguiente, cuando llegó a la escuela, se propuso saludar a todos sus compañeros.

A medida que iba diciendo hola, notaba cómo las caras de los demás se iluminaban y cómo recibía sonrisas a cambio.

Poco a poco, Pedro fue perdiendo la vergüenza y se fue dando cuenta del poder que tenía un simple saludo para alegrar el día de alguien más. Desde ese día, Pedro se convirtió en uno de los niños más amables del pueblo. Sin embargo, un desafío aún mayor estaba por venir.

Un nuevo niño llegó al colegio: Martín, quien venía de otra ciudad y no conocía a nadie en Villa Saludo. Martín era tímido y le costaba hacer amigos. Un día en el recreo, Martín se sentó solo en un rincón del patio mientras observaba a los demás jugar felices juntos.

Pedro notó la tristeza en su rostro y supo lo que debía hacer.

Se acercó lentamente a Martín y con una gran sonrisa le dijo:- ¡Hola! Soy Pedro, ¿quieres jugar conmigo? Martín levantó la mirada sorprendido por la amabilidad de aquel niño que antes era conocido como "el niño que no saludaba". Desde ese momento, nació una hermosa amistad entre Pedro y Martín. Los días pasaron y Pedro enseñó a Martín el valor de ser amable con los demás.

Juntos descubrieron lo importante que es mostrar empatía hacia quienes nos rodean y cómo un gesto tan sencillo como un saludo puede marcar la diferencia en la vida de alguien.

Y así, gracias al coraje de superar su vergüenza e iniciar conversaciones simples pero significativas con los demás; "el niño que no saludaba" se convirtió en "el amigo que siempre estaba ahí cuando alguien necesitaba una mano amiga".

Y es que muchas veces las mayores transformaciones comienzan con pequeños gestos cargados de amor y bondad.

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