Pelusa y Drago ante la Tormenta



Era un hermoso día en el campo, el sol brillaba en el cielo y las flores bailaban al ritmo del suave viento. Pelusa, un gato de pelaje suave y atigrado, caminaba elegante por el sendero cuando de repente vio a su amigo Drago, un perro de grandes orejas y cola siempre en movimiento.

- ¡Hola, Drago! - saludó Pelusa con un suave ronroneo. - ¿Cómo estás en este lindo día?

- ¡Hola, Pelusa! - respondió Drago moviendo su cola de felicidad. - Estoy muy bien, gracias. ¿Sabías que se vienen lluvias fuertes?

- Sí, lo escuché. He estado viendo las nubes, parecen muy pesadas - dijo Pelusa, mirando al horizonte donde se acumulaban nubes grises.

- Hay que prepararse entonces - dijo Drago, pensativo. - Me encanta mojarme, pero no me gustaría que el viento sople tanto que me lleve volando.

- ¡Sí, eso no sería nada divertido! - contestó Pelusa riendo. - Pero podemos hacer algo entretenido mientras esperamos a que llegue la lluvia.

- ¿Qué propones? - preguntó curioso Drago.

- ¡Vamos a construir un refugio con ramas y hojas! Así estaremos listos cuando comience a llover - sugirió Pelusa emocionado.

- ¡Genial idea! - exclamó Drago. - Y si la lluvia llega antes, al menos tendremos un lugar tranquilo para quedarnos.

Juntos, comenzaron a recolectar ramas caídas y hojas secas. Pelusa, ágil como siempre, trepó un arbusto y recogió las mejores hojas, mientras Drago arrastraba ramas más grandes. Después de un rato, lograron construir un refugio improvisado entre dos árboles.

- ¡Mirá qué lindo quedó! - dijo Pelusa, orgulloso de su trabajo.

- ¡Es espectacular! Ahora solo falta esperar - respondió Drago, acomodándose dentro del refugio.

Mientras tanto, comenzó a caer la primera gota de lluvia.

- ¡Ah, ahí viene! - gritó Pelusa, y se metió rápidamente bajo el refugio.

Drago, emocionado por sentir la frescura de las gotas, empezó a saltar alrededor.

- ¡Felices gotas de lluvia! - gritó mientras corría jugando.

- ¡Drago! ¡Vuelve! - lo llamó Pelusa, que observaba la lluvia caer mediante las ramas.

De repente, una ráfaga de viento hizo temblar el refugio. Drago momentáneamente se detuvo y miró a su alrededor con asombro.

- ¿Crees que deberíamos estar más adentro del refugio? - preguntó Drago un poco asustado.

- ¡Sí, mejor! - respondió Pelusa. - Pero no te preocupes, si nos quedamos juntos todo estará bien.

Ambos se acurrucaron en el refugio y comenzaron a escuchar el sonido de la lluvia. Era un ritmo suave y relajante que pronto los hizo sentir cómodos.

- Quién lo iba a decir - dijo Drago. - Me encanta la lluvia, es más divertida de lo que pensé.

- ¡Sí! - respondió Pelusa. - Es un momento perfecto para disfrutar de la naturaleza. Las plantas necesitan el agua y el campo se ve hermoso con esas gotas.

Drago y Pelusa se pusieron a hablar sobre cómo la lluvia era necesaria para que todo pudiera crecer, y cómo después de la tormenta, siempre salía el sol. Hablaban de los arcoíris, de las flores que florecían más brillantes y del frescor que quedaba en el aire.

- ¿Sabías que después de este temporal podríamos ver un arcoíris? - insinuó Pelusa con una sonrisa.

- ¡No! ¿De verdad? - exclamó Drago emocionado mientras daba saltitos. - ¡No puedo esperar!

La lluvia siguió cayendo durante un buen rato, y aunque en un principio fue un poco temeroso, Drago comenzó a disfrutarlo. Jugaban entre risas, se contaban historias y se prometieron disfrutar de la vida y de las pequeñas cosas.

Finalmente, la lluvia comenzó a cesar. Cuando el sol volvió a brillar, ¡una increíble paleta de arcoíris apareció en el cielo!

- ¡Mirá, Pelusa! ¡Es hermoso! - gritó Drago maravillado.

- ¡Lo sabía! Ellos siempre vienen después de la lluvia - dijo Pelusa contento.

Los dos amigos se despidieron del refugio y salieron a explorar. El suelo estaba un poco embarrado, pero eso no les importaba; ese día habían aprendido que la lluvia también puede ser una compañera de juegos y no solo un inconveniente. Se sintieron inspirados y decidieron compartir su nuevo análisis con los otros animales del campo.

Pelusa y Drago pasearon entre las flores recién regadas, riendo y felices de haber pasado ese rato juntos. Desde ese día, cada vez que empezaba a llover, se acordaban de aquel refugio que construyeron y de la amistad que los unía.

Así, Pelusa y Drago aprendieron a valorar las lluvias, sabiendo que siempre, después de la tormenta, vendría el sol y surgirían nuevas aventuras.

Y así fue como, gracias a una sencilla conversación sobre las lluvias, la amistad entre Pelusa y Drago se fortaleció, llenándoles de alegría y descubrimiento en cada paseo por el campo.

FIN.

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