Pelusa y sus nuevos amigos



Había una vez un gato llamado Pelusa que vivía en un departamento en el centro de Buenos Aires. Un día, mientras su dueña estaba ocupada trabajando en casa, Pelusa decidió salir a explorar la azotea del edificio.

Al principio, todo parecía muy emocionante para Pelusa. Había plantas y macetas por todas partes, y podía trepar a los muros y saltar entre las tejas con facilidad.

Pero pronto se dio cuenta de que la azotea era mucho más grande de lo que él había imaginado. Pelusa comenzó a caminar por la azotea sin rumbo fijo, disfrutando del sol y el aire fresco.

Sin embargo, cuando llegó al borde de la azotea, se asustó al ver lo alto que estaba. No sabía cómo volver a entrar al departamento sin lastimarse. "¿Qué hago ahora?"- pensaba Pelusa mientras miraba hacia abajo. De repente, escuchó unos maullidos provenientes del otro lado de la azotea.

Era un grupo de gatos callejeros que habían subido hasta allí para tomar el sol también. "Hola amigos", dijo Pelusa tímidamente. "Estoy perdido aquí arriba.

"Los otros gatos le dieron la bienvenida y le explicaron que ellos conocían cada rincón de la azotea porque venían allí muy seguido para jugar y dormir. "No te preocupes", dijo uno de los gatos callejeros. "Te enseñaremos todo lo que necesitas saber para moverte por aquí.

"Los gatos callejeros mostraron a Pelusa los lugares más seguros donde podía caminar sin peligro de caerse. También le enseñaron cómo saltar de una teja a otra sin perder el equilibrio. Pelusa se sintió muy agradecido por la ayuda de sus nuevos amigos.

Juntos, jugaron y exploraron la azotea durante todo el día. Cuando llegó la noche, los gatos callejeros se despidieron y bajaron al suelo para buscar comida. "No quiero que te quedes aquí solo toda la noche", dijo uno de los gatos callejeros.

"Ven con nosotros. "Pelusa aceptó encantado y siguió a los otros gatos hasta un rincón del barrio donde ellos sabían que siempre había restos de comida para gatos.

Allí, Pelusa comió hasta saciarse mientras los otros gatos lo miraban con cariño. Después de esa aventura en la azotea, Pelusa aprendió mucho sobre valentía y amistad. También aprendió que no estaba solo en el mundo, sino que siempre habría alguien dispuesto a ayudarlo cuando lo necesitara.

Desde ese día en adelante, Pelusa comenzó a visitar más seguido a sus nuevos amigos en la calle.

Y aunque todavía disfrutaba explorando la azotea del edificio donde vivía, ahora sabía que tenía un hogar seguro y cálido al cual volver cada noche gracias a sus amigos felinos.

FIN.

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