Pepe y el árbol de los sueños
Había una vez en un pequeño barrio de Buenos Aires, un gato llamado Pepe. Pepe era un gato muy especial, con un pelaje gris suave y grandes ojos verdes que brillaban como esmeraldas. A todos los gatos del barrio les encantaba treparse a los árboles altos, pero a Pepe no.
-Da miedo, ¿no? -decía Pepe mientras observaba a sus amigos saltar de rama en rama.
-Sólo un poquito, pero es divertido -respondía su amiga Mica, una gata aventurera que nunca le temía a nada.
-Pero si me caigo... -se quejaba Pepe, mirando desde el suelo el gran árbol de Jacarandá que se erguía frente a él, con sus flores moradas ondeando como banderas.
-Pepe, lo importante es intentarlo. Además, ¡nosotros estamos aquí para atraparte! -exclamó Tirso, un gato más grande que siempre estaba dispuesto a ayudar.
Pepe miró a sus amigos con duda, más no quiso rendirse. Sin embargo, cada vez que trataba de dar el primer paso hacia el árbol, se sentía abrumado por el miedo. Un día, mientras estaba sentado en una sombra a la espera de que sus amigos terminaran de jugar, una mariposa colorida voló frente a él.
-¡Hola! -dijo la mariposa.
-Hola... -respondió Pepe, sintiendo curiosidad.
-¿Por qué no subís a ese árbol tan bonito? -preguntó la mariposa.
-No puedo, me da miedo. -replicó Pepe con un suspiro.
La mariposa se posó en una hoja cercana y sonrió.
-Te entiendo, pero mira, nada es imposible. Solo tenés que dar un pequeño paso.
-¿Un paso?
-Sí, un paso. A veces, los sueños están en las alturas, pero ellos son más accesibles de lo que crees.
Pepe la miró y pensó en lo que le decía. El deseo de ser valiente creció, así que anheló subir al árbol Jacarandá. Al día siguiente, sus amigos estaban jugando nuevamente, y Pepe, decidido, se acercó.
-¡Miren! Hoy voy a escalar el árbol… -anunció con voz temblorosa.
-¡Eso es! -gritaron Mica y Tirso animándolo.
Pepe se acercó al tronco del árbol y comenzó a trepar. Cada rama que subía le hacía sentir mariposas en el estómago. Sus amigos lo alentaban desde abajo.
-¡Vamos, Pepe!
-¡Podés!
Cada vez que miraba hacia abajo, el miedo lo invadía, pero cuando levantaba la vista y veía las flores moradas a su alrededor, se sentía más seguro.
Finalmente, llegó a la primera rama grande y se sentó para descansar.
-¡Lo logré! -gritó eufórico.
-¡Bien! -gritaron sus amigos desde abajo.
Pero Pepe aún no se sentía listo para subir más. Respiró profundo y recordó la mariposa.
-Una vez más, un paso más -se dijo a sí mismo. Comenzó a trepar nuevamente, rodeado del aire fresco y el crujir de las ramas. Cuando llegó a la parte más alta, miró hacia el horizonte.
-¡Guau! ¡Me siento volar! -exclamó Pepe sorprendido.
-Y desde aquí se ve todo el barrio, ¡soy un rey!
De repente, una ráfaga de viento hizo temblar la rama, y por un instante, Pepe sintió miedo de caer. Pero luego recordó la sonrisa de Mica, las palabras de Tirso y la mariposa.
-¡Estoy bien! -se dijo a sí mismo, y sintió que su corazón se llenaba de valentía.
Después de un rato, bajó con cuidado y cuando llegó al suelo, sus amigos lo recibieron con aplausos.
-¡Lo hiciste, Pepe! -dijo Mica, feliz.
-¡Eras un gato volador! -añadió Tirso riendo.
Pepe sonrió de oreja a oreja, sintiéndose orgulloso de sí mismo.
-Gracias, chicos. Ustedes me dieron la fuerza que necesitaba. Y también, gracias a esa mariposa que me recordó que, aunque todo parece difícil, siempre hay forma de superarlo.
-¡Vamos de nuevo! -propuso Mica con entusiasmo.
-Sí, ahora que ya sé que puedo hacerlo, ¡quiero subir cada vez más alto!
Y así, Pepe aprendió que la valentía no es la ausencia de miedo, sino el poder de enfrentarlo. Desde ese día, no solo trepaba árboles altos, sino que también inspiraba a otros gatos a ser valientes.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.