Pepe y el Perdón



Había una vez, en un pequeño pueblo, dos hermanas que se llamaban Bianca y Luciana. Ellas eran inseparables y siempre pasaban el día jugando juntas. Tenían una mascota única, un chita llamado Pepe, que amaban con todo su corazón. Pepe era juguetón, rápido y siempre encontraba la mejor forma de hacerlas reír.

Un día, mientras jugaban en el parque, un grupo de chicos del barrio comenzó a molestar a Luciana. Ella intentó ignorarlos, pero de repente, uno de ellos le pegó un empujón y la hizo caer al suelo. Bianca, preocupada, corrió hacia su hermana.

"Luciana, ¿estás bien?" - preguntó Bianca, abrazándola con fuerza.

"No, esos chicos son muy malos. No entiendo por qué tienen que hacer eso" - sollozó Luciana.

Pepe, que había estado observando toda la escena, se sintió muy enojado. Sin pensarlo dos veces, salió corriendo hacia los chicos para enfrentarlos.

"¡Dejen en paz a Luciana!" - gritó Pepe, con su voz ronca de chita.

Los chicos se asustaron al ver a Pepe y, en un arranque de pánico, empezaron a correr. Pero la travesura no quedó ahí. Pepe, en su afán de proteger a Luciana, decidió seguirlos y saltó hacia uno de ellos, provocando que se cayera. Sin embargo, el golpe inesperado hizo que Pepe fuera malinterpretado.

Resulta que algunos vecinos vieron la situación y llamaron a las autoridades. En un abrir y cerrar de ojos, Pepe fue encerrado en un pequeño recinto, ya que todos creían que había sido él el que estaba causando problemas.

"¡No puede ser!" - exclamó Bianca, al ver a su amado chita tras las rejas. "Todo esto es un malentendido. ¡Pepe solo quería ayudar a Luciana!"

"¿Qué haremos ahora?" - preguntó Luciana, con lágrimas en los ojos.

Las hermanas decidieron que tenían que hacer algo. Juntas pensaron en un plan para liberar a Pepe. Acordaron que lo primero que tenían que hacer era hablar con los chicos del parque y hacer que se dieran cuenta de su error. Entonces, se acercaron al grupo de chicos que había estado molestando a Luciana.

"Hola, chicos, tenemos que hablar" - dijo Bianca con firmeza.

"¿Qué quieren?" - respondió uno de ellos, algo desafiante.

"Nosotros sabemos que se asustaron, pero Pepe solo quería proteger a Luciana. No hizo nada malo. ¡Es un chita bueno!" - explicó Luciana mientras se limpiaba las lágrimas.

Los chicos se miraron entre sí y, después de un momento de silencio, uno de ellos habló:

"La verdad es que nos dio miedo... no queríamos que se pusiera tan bravo".

Las hermanas sonrieron con esperanza.

"Si se unen a nosotras, podríamos hacer algo lindo juntos. ¡Podríamos invitar a si quieren jugar con nosotras y Pepe en el parque!" - sugirió Bianca.

Poco a poco, los chicos empezaron a sentirse culpables y se dieron cuenta de que todo había sido un gran malentendido. Decidieron ayudar a las hermanas a liberar a Pepe.

Juntos, se acercaron a la autoridad y explicaron lo sucedido, asegurándose de que entendieran que Pepe solo estaba protegiendo a su amiga. Al escuchar la historia desde la perspectiva de los niños, la autoridad sonrió y accedió a liberar a Pepe.

"¡Pepe, ven aquí!" - gritaron todas las voces emocionadas.

Pepe salió corriendo del recinto y saltó sobre Bianca y Luciana, llenándolas de alegría. Todos rieron y el ambiente se llenó de felicidad.

"Gracias, chicos", - dijo Luciana con una sonrisa. "Aprendí que a veces, los malentendidos pueden hacernos actuar sin pensar. ¡Es mejor resolver las cosas hablando!"

Todos se unieron para jugar en el parque, y así, los chicos que antes eran molestos se convirtieron en amigos. Desde ese día, Bianca, Luciana y Pepe enseñaron a todos que la amistad y el perdón son mucho más poderosos que el enojo y que siempre hay una forma de construir puentes en lugar de muros.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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