Pepito, el Pajarito Travieso
Había una vez, en un colorido bosque lleno de árboles frondosos y flores brillantes, un pajarito llamado Pepito. Pepito no era un pajarito común; era muy travieso y tenía un gran corazón. A todos en el bosque les encantaba Pepito porque siempre estaba dispuesto a ayudar, aunque a veces su travesura lo metía en problemas.
Un día, mientras volaba entre las ramas, Pepito vio a su amiga la tortuguita Lila, que trataba de alcanzar unas frutas jugosas que colgaban de un árbol.
"¡Hola, Lila! ¿Por qué no subís al árbol a agarrarlas?", preguntó Pepito.
"¡Ay, Pepito! Sabés que soy muy lenta para eso. No puedo alcanzar esas frutas", respondió Lila con tristeza.
Pepito, con su gran corazón, decidió ayudar. Pero en lugar de solo volar y dejar caer las frutas, pensó en un plan travieso. Dijo:
"¿Y si intentamos de otra manera? ¡Voy a pedirle ayuda a mi amigo el lorito Pipo!"
Así que Pepito voló a casa de Pipo y le contó el problema.
"¡Vamos a hacer una cadena! Yo voy a volar, vos agarras las frutas, y Lila se queda abajo para recibirlas!", sugerió Pipo emocionado.
Pepito regresó con la idea a Lila, quien sonrió con entusiasmo. Los tres amigos se pusieron a trabajar juntos, pero justo cuando estaban a punto de comenzar, un fuerte viento comenzó a soplar.
"¡Noooo!", gritó Pepito, "las frutas se caerán".
El viento era tan fuerte que las frutas comenzaron a sacudirse del árbol. En un impulso, Pepito decidió atajarlas volando hacia abajo.
"¡Yo lo haré!", exclamó. Y con velocidad, comenzó a atraparlas una por una.
Lila y Pipo lo miraban con preocupación.
"¡Cuidado, Pepito!", gritaron. Pero a Pepito no le importaba, él estaba decidido a salvar las frutas. Sin embargo, no se percató de que una de las ramas estaba a punto de caer. El momento fue crítico y él, confiado en su destreza, se desvió justo a tiempo, pero una de las frutas se le escabulló de su pico y cayó rodando hacia el arroyo.
"¡Oh no!", exclamó Lila, "¡la fruta!"
Pepito, viendo que había perdido una de las frutas, se sintió un poco triste, pero no se rindió.
"No te preocupes, Lila. ¡Voy a buscarla!", dijo determinadamente. Voló rápidamente hacia el arroyo y, justo cuando llegó, se dio cuenta de que una pequeña ranita había comenzado a jugar con la fruta.
"¡Hola, ranita! Esa fruta no es tuya. Es para Lila", le dijo Pepito.
La ranita, al ver la actitud amable de Pepito, se rascó la cabeza y respondió:
"Disculpa, Pepito. No quería robarla. Solo estaba jugando. Aquí tienes".
Pepito sonrió y le agradeció.
"Gracias, amiga ranita. La fruta es muy importante para mi amiga Lila". Con la fruta en su pico, Pepito regresó veloz hacia donde estaba Lila.
"¡Lo logré! Aquí está tu fruta, Lila!", le gritó Pepito con alegría.
Lila sonrió y la abrazó.
"¡Gracias, Pepito! Sos el mejor".
Pipo también aplaudía desde el lado.
"¡Qué buena idea tuvo Pepito! Pero, ¿no creés que fue un poco arriesgada?"
"Sí, pero siempre es mejor tratar de ayudar a un amigo", dijo Pepito con picardía.
Después de disfrutar las frutas, hubo un pequeño picnic que todos compartieron. Pepito comprendió que aunque a veces su travesura podía meterlo en complicaciones, su deseo de ayudar a los demás siempre resaltaba lo más importante: la amistad.
Y así, entre risas y travesuras, Pepito, Lila y Pipo fortalecieron su amistad y aprendieron que trabajando juntos el bosque era un lugar mejor para todos.
Desde ese día, Pepito siempre trató de ser un poco más cuidadoso. Aprendió que aunque ser travieso y juguetón es divertido, a veces se necesita un poco de responsabilidad. Pero, sobre todo, entendió que un buen corazón siempre encuentra la manera de ayudar a quienes lo rodean.
FIN.