Pepito y el Espejo del Amor Propio



Había una vez un niño llamado Pepito que asistía al jardín de infantes. Pepito era un niño amable y dulce, pero había algo que lo hacía diferente a los demás: su apariencia física. Mientras otros niños eran altos y delgados, Pepito era bajito y un poco regordete. Por eso, algunos de sus compañeros le hacían bullying, y eso lo hacía sentir muy triste.

Un día, en el recreo, ocurrió lo que Pepito temía. Dos de sus compañeros, Juan y Lucas, comenzaron a burlarse de él.

"Mirá a Pepito, parece un monito, ¡jajaja!" - dijo Juan.

"Sí, ni siquiera puede correr rápido!" - sumó Lucas, riéndose a carcajadas.

Pepito se sintió muy mal y, en esos momentos de tristeza, solo podía pensar en su mamá. Al llegar a casa, la encontró en la cocina preparando galletitas.

"Mami... hoy los chicos se burlaron de mí de nuevo..." - dijo Pepito, con lágrimas en los ojos.

Su mamá se arrodilló a su lado y le acarició el cabello.

"Pepito, quiero que comprendas algo muy importante. La apariencia no define quién sos. Lo más valioso en vos es tu corazón y lo que hay dentro. Cada uno de nosotros es único, y eso es algo maravilloso."

Pepito la miró, sintiendo un poco de consuelo. Pero, aunque entendía lo que su mamá decía, no podía dejar de sentir que los demás no lo aceptaban.

Al día siguiente, mientras Pepito jugaba solo, su maestra, la señorita Clara, notó que él estaba distante.

"Pepito, ¿por qué no te unes a los demás?" - le preguntó.

Pepito suspiró y respondió:

"No quiero que se rían de mí de nuevo. Me dicen cosas feas por cómo me veo."

La señorita Clara lo miró con comprensión.

"Escuchame, Pepito. Cada persona tiene algo especial. ¿Te gustaría que te ayudara a descubrir lo genial que sos?"

Pepito asintió con la cabeza, así que la maestra organizó una actividad en la que todos los niños debían compartir algo que les gustara. Ese día, Pepito decidió hablar sobre su pasión por los dinosaurios.

"Me encantan los dinosaurios, y sé un montón sobre ellos. Hay uno llamado Tiranosaurio Rex, que es enorme y muy fuerte. Pero también hay un pequeño dinosaurio llamado Velociraptor que es veloz y ágil. Los dos son geniales, aunque sean diferentes" - compartió Pepito con entusiasmo.

Los compañeros prestaron atención, y aunque algunos todavía se burlaban un poco al principio, otros comenzaron a hacer preguntas.

"¿De verdad sabes tanto?" - le preguntó Lucas, sorprendido.

El tono del grupo empezó a cambiar. Poco a poco, las risas se transformaron en interés y admiración.

***

Esa noche, Pepito le contó a su mamá cómo había ido su día.

"Mami, creo que algunos compañeros se están dando cuenta de que no soy solo un chico raro. Les hablé de los dinosaurios y les interesó!" - dijo, sonriendo por primera vez.

La mamá de Pepito lo abrazó fuerte.

"¡Eso es genial, Pepito! Amarte a vos mismo es lo primero. La gente verá tus virtudes cuando brilles con tu propia luz."

Sin embargo, aun quedaban ciertos desafíos. Unos días después, mientras todos jugaban, Juan lanzó una pelota que accidentalmente golpeó a Pepito, quien cayó al suelo. Los chicos comenzaron a reírse y a burlarse nuevamente. Pepito se sintió devastado, pero en vez de llorar, recordó lo que su mamá le había enseñado. Se levantó y, con una voz firme, dijo:

"No se trata de cómo me ven, sino de cómo me siento. ¡Soy un apasionado de los dinosaurios y eso no cambiará!" - exclamo con confianza.

Un silencio incomodo se apoderó del grupo, y Lucas miró a Pepito con una nueva perspectiva.

"Quizás dejemos de burlarnos y aprendamos algo de él. Pepito sabe un montón!"

Poco a poco, los chicos comenzaron a aceptar a Pepito tal como era. Con el tiempo, las burlas se convirtieron en bromas amistosas, y Pepito ya no sentía miedo de ser diferente.

Incluso, algunos de sus compañeros comenzaron a unirse a él en su pasión por los dinosaurios, e incluso decidieron hacer un proyecto de clase juntos.

Y así, Pepito no solo aprendió a amarse a sí mismo, sino que también enseñó a sus amigos una lección valiosa: la belleza de ser uno mismo.

Cada vez que miraba al espejo, Pepito sonreía, porque sabía que lo más importante no era el aspecto exterior, sino el amor que llevaba dentro.

Y cada día, con la ayuda de su mamá y el apoyo de sus amigos, Pepito se convirtió en un niño feliz y en un verdadero defensor del amor propio.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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