Pepito y el río de aventuras



Era un día soleado en el pequeño pueblo de Valle Verde, y Pepito, un niño curioso de ocho años, decidió que era una gran idea explorar el río que pasaba cerca de su casa. Con su mochila llena de galletitas y su cuaderno de dibujo, Pepito se despidió de su mamá:

"¡Mamá! Me voy a aventurar cerca del río. ¡Prometo regresar antes de la cena!"

"Está bien, Pepito, pero ten cuidado y no te alejes demasiado", respondió su mamá, sonriendo con ternura.

Pepito partió cumpliendo su promesa de aventura. Al llegar al río, notó que el agua brillaba bajo el sol, y los árboles alrededor parecían contar historias. Se sentó en una piedra grande y empezó a dibujar el paisaje.

De repente, escuchó un ruido extraño.

"¿Quién está ahí?" preguntó, girándose rápidamente.

Por un momento, pensó que podía ser un animal, pero para su sorpresa, se encontró con un pequeño pato amarillo que lo miraba con curiosidad.

"¡Hola! Soy Pato Pepe. ¿Y vos quién sos?"

"Soy Pepito, un explorador en busca de aventuras. ¿Te gustaría venir conmigo?"

"Claro, llevo semanas sin divertirme. ¡Vamos!"

Pepito y Pato Pepe empezaron a explorar el río y encontraron un montón de maravillas: pájaros de colores, flores que nunca habían visto y hasta un grupo de ranas que cantaban a coro. Mientras jugaban, de pronto notaron algo brillante bajo el agua.

"¡Mirá! ¿Qué será eso?" dijo Pepito, señalando hacia el río.

"¡Aparece un tesoro! Vamos a buscarlo", dijo Pato Pepe emocionado.

Ambos se metieron en el agua, donde descubrieron un viejo cofre cubierto de algas. Con mucho esfuerzo, lograron sacarlo y lo abrieron. Para su sorpresa, el cofre estaba lleno de piedras preciosas de varios colores.

"¡Increíble! Esto es un tesoro, Pepito. ¿Qué hacemos con él?"

"Creo que deberíamos llevárselo a los mayores del pueblo. Ellos sabrán qué hacer", propuso Pepito.

Pero al levantar la mirada, se dieron cuenta de que habían perdido la noción del tiempo y de su camino de regreso.

"Oh no, estamos perdidos", dijo Pato Pepe, con un tono preocupado.

"No te preocupes. Vamos a seguir el sonido del río. ¡Seguro que nos lleva a casa!"

Juntos, comenzaron a caminar siguiendo el curso del río, pero no pasó mucho tiempo para que comenzara a llover. Pepito se asustó.

"¿Y ahora qué hacemos?"

"No hay que dejar que el miedo nos detenga. Encuentra un lugar donde refugiarnos", sugirió Pato Pepe.

Pepito miró a su alrededor y vio una cueva pequeña cerca. Corrieron hacia allí y se resguardaron de la lluvia.

Mientras esperaban, Pepito sacó su cuaderno de dibujo.

"¿Dibujamos lo que vemos? ¡Así el tiempo pasará volando!"

"¡Buena idea!", sonrió Pato Pepe.

Ambos comenzaron a dibujar sus aventuras, la lluvia siguió cayendo, pero ya no les importaba. Entre risas y bocetos, la cave se llenó de alegría.

Cuando finalmente el sol volvió a brillar, salieron a explorar de nuevo. Esta vez, encontrando la dirección correcta que los llevó de regreso al pueblo.

Al llegar, Pepito mostró el tesoro a los adultos, que decidieron convertirlo en una atracción del pueblo para que todos pudieran disfrutar de las maravillas que el río guardaba.

"Gracias, Pato Pepe, hoy tuve la mejor aventura de mi vida", dijo Pepito, sonriendo.

"¡Y yo me divertí muchísimo!"

Desde entonces, Pepito y Pato Pepe se convirtieron en grandes amigos aventureros, siempre listos para descubrir lo nuevo y lo desconocido, aprendiendo juntos que la verdadera aventura no solo está en encontrar tesoros, sino también en la amistad y el valor de superar los miedos.

Y así, Pepito regresó a su casa, no solo con un tesoro, sino con un montón de historias que contar y un nuevo amigo con quien compartirlas.

FIN.

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