Pepito y la Ciudad Flotante



Había una vez un niño llamado Pepito, que vivía en un pequeño pueblo lleno de risas y alegría. Sin embargo, un día, Pepito se despertó con una gran tristeza en su corazón. Todo le parecía gris y apagado, y no sabía cómo recuperar su sonrisa.

Pepito decidió salir al jardín a jugar, pero incluso los árboles parecían tristes. Fue entonces cuando, sin querer, comenzó a llorar. Sus lágrimas caían al suelo como pequeñas gotas de lluvia, y para su sorpresa, empezaron a formar un charco.

"¿Qué pasa, Pepito?" - le preguntó su perrito, Max, moviendo la cola y con ojos preocupados.

"No sé, Max. Siento que el mundo está triste y no encuentro alegría en nada" - respondió Pepito, mientras las lágrimas seguían fluyendo.

Las lágrimas siguieron cayendo y, poco a poco, el charco creció. Pepito, aún sin darse cuenta, inundó su pequeño pueblo. De pronto, los vecinos asomaron la cabeza por las ventanas, sorprendidos de ver cómo el agua comenzaba a cubrir las calles.

"¡Ay, no! ¡Pepito ha llorado tanto que tenemos una ciudad flotante!" - gritó la señora Rosa, que siempre estaba en su balcón tomando mate.

Con el paso de las horas, el agua cubría casi todo. Los niños, en vez de asustarse, comenzaron a correr a buscar sus botes de juguete y amarres. Pronto, se armó una gran fiesta en el agua, y los barcos de papel navegaban felices en los charcos.

"¡Mirá, Pepito!" - dijo su amiga Laura, mientras remaba en su bote de papel. "¡Tu llanto ha creado una ciudad de aventuras!"

Pepito vio su tristeza transformarse en alegría. ¿Era posible que su llanto hiciera tanto? Sin pensarlo dos veces, se subió a un bote y comenzó a remar junto a sus amigos. Juntos empezaron a descubrir calles que no conocían, secretos escondidos y risas que hacía tiempo no escuchaba.

Poco a poco, la tristeza del niño fue desapareciendo entre juegos y risas. El agua se convirtió en un puente para compartir y crear nuevas historias. Pero había una sorpresa que todavía quedaba por venir.

Cuando Pepito notó que el sol se escondía, se dio cuenta de que las nubes de tristeza comienzaban a irse. Fue entonces cuando una brillante idea surgió en su mente.

"¿Y si hacemos una gran fiesta para celebrar que hemos tenido un día diferente?" - propuso Pepito a sus amigos.

"¡Sí!" - gritaron todos emocionados.

Y así, juntos, organizaron una maravillosa fiesta sobre el agua, con música, baile y mucha comida. Las risitas llenaban el aire, y Pepito se dio cuenta de que siempre podría encontrar la felicidad incluso en sus momentos más grises. La ciudad fluyó con alegría, y cada lágrima se convirtió en un nuevo recuerdo.

Al final de la noche, mientras todos se despedían, Max se acercó a Pepito y le dijo:

"¿Ves, Pepito? A veces, las lágrimas traen sorpresas."

Pepito sonrió, y supo que la tristeza se iría, pero las amistades y las risas siempre quedarán.

Desde ese día, Pepito aprendió a compartir sus sentimientos. Con el tiempo, cada vez que se sentía triste, no lloraba solo. Hablaba con sus amigos, jugaban, y juntos encontraban maneras de convertir las lágrimas en risas. Y así, el pueblo vivió siempre feliz, navegando en un mar de alegría.

FIN.

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