Pepo y la Mamá del Parque
Era una hermosa tarde en el parque de su barrio. Los árboles estaban llenos de hojas verdes que brillaban con el sol, y los niños jugaban en los toboganes y columpios. Pepo, un niño de ocho años con una gran curiosidad, decidió que era el momento perfecto para explorar un poco más allá del área de juegos.
Camino por el sendero cubierto de flores, mientras pensaba en sus amigos y en lo mucho que lo divertía jugar al fútbol. Fue entonces cuando notó algo peculiar: una mamá (como las que ve uno en los dibujos animados) estaba sentada en un banco, sola, con un libro en las manos. Su cabello castaño caía en suaves ondas y parecía estar un poco triste.
Pepo se acercó y, con su inagotable entusiasmo, la saludó:
"Hola, señora. ¿Por qué está tan sola?"
La mamá levantó la vista y sonrió, aunque un poco melancólica.
"Hola, pequeño. Estoy aquí leyendo porque, a veces, me gusta disfrutar de un poco de paz mientras mis hijos juegan en el parque. Pero hoy ellos no han podido venir."
"¿Entonces, está esperando a que vengan?"
"Sí, siempre espero que regresen, pero hoy… no sé si vendrán."
Pepo sintió que la mamá necesitaba compañía.
"¿Te gustaría jugar un rato conmigo? Yo puedo hacerte ver qué tan rápido puedo correr."
La mamá se rió suavemente y respondió:
"Eso suena divertido, pero yo no sé jugar tan bien como tú."
"No importa, lo importante es divertirse. Yo te enseño!"
A la mamá se le iluminó el rostro y asintió.
Entonces, Pepo la llevó a la cancha de fútbol improvisada. Se turnaron para patear el balón. Cada vez que la mamá lograba hacer un buen pase, Pepo aplaudía y gritaba:
"¡Esa fue genial!"
Un rato más tarde, después de jugar, se sentaron de nuevo en el banco. Pepo notó que la mamá parecía más feliz.
"¿Ves? A veces, solo necesitas un poco de diversión para sentirte mejor."
"Tienes razón, Pepo. Eres un niño muy especial. Estoy segura de que serás un gran amigo para otros también."
Pepo sonrió, sintiéndose muy orgulloso.
"¿Sabes? A mí siempre me ha gustado pensar que cada persona tiene algo bueno que ofrecer. Lo importante es no perderse esas oportunidades."
"¿Tú crees que cada persona tiene algo especial?"
"Sí! Por ejemplo, tú puedes hacer que un día triste se convierta en uno feliz solo por tu sonrisa y tu energía."
Antes de que Pepo se diera cuenta, el sol empezaba a ponerse. La mamá miró su reloj y dijo:
"Es hora de que me vaya a casa. Mis hijos me están esperando. Pero me alegra haber pasado este tiempo contigo, Pepo."
Pepo sintió que su corazón se llenaba de tristeza porque tenía que despedirse.
"¡Volvé a jugar conmigo! Podemos hacer de esto una tradición. Cada vez que encuentres un momento solo, ven al parque y yo te haré compañía."
La mamá asintió, visiblemente conmovida:
"Definitivamente, Pepo. Invitaré a mis hijos y verán lo bien que es jugar contigo. Gracias por su tiempo. A veces sólo necesitas un amigo, ¿verdad?"
"¡Sí! Eso es lo mejor!"
Y así, con una sonrisa en el rostro, Pepo caminó hacia su casa, sintiéndose feliz por haber hecho una nueva amiga.
Desde aquel día, cada vez que Pepo iba al parque, esperaba encontrar a la mamá. Aunque ella nunca volvió a estar sola, sí se hizo un propósito: cada vez que viese a alguien triste o solo, haría lo posible por alegrarle el día.
La amistad puede encontrarse en los lugares más inesperados, y a veces un simple gesto puede transformar completamente a otra persona. Pepo aprendió que todos, independientemente de la edad, pueden ofrecer un poco de alegría y, con ella, transformar sus días. Y lo que es más importante: nunca subestimes el poder de una sonrisa y una mano amiga.
FIN.