Pepolio y la Duda del Color



Érase una vez en un pequeño pueblo de Argentina, un niño llamado Pepolio. Pepolio era un niño muy apuesto, con ojos brillantes y una sonrisa que iluminaba incluso los días más nublados. Pero lo que más lo caracterizaba era su curiosidad insaciable. Siempre se hacía preguntas, algunas más raras que otras.

Un día, mientras paseaba por el parque, Pepolio se detuvo a mirar al cielo. "¿Por qué el cielo es azul y no de otro color?"- se preguntó a sí mismo, rascándose la cabeza. Decidió que debía encontrar una respuesta.

Esa tarde, fue a visitar a su mejor amigo, Nico, un niño también muy curioso, que siempre estaba lleno de datos interesantes.

"Nico, tengo una duda"- dijo Pepolio emocionado.

"¿Por qué el cielo es azul?"-

Nico pensó por un momento. "Creo que es porque los pájaros pintan el cielo de azul cada mañana para que sea bonito. Pero no estoy seguro"- respondió con un encogimiento de hombros.

A Pepolio le gustó la idea, pero necesitaba algo más concreto. Así que decidió que debían buscar la respuesta.

Los chicos se pusieron en marcha hacia la biblioteca del pueblo. Ahí conocieron a la bibliotecaria, la Sra. Marta, una mujer amable y llena de conocimiento.

"Sra. Marta, ¿por qué el cielo es azul?"- preguntó Pepolio con gran entusiasmo.

"Muy buena pregunta, Pepolio. El cielo es azul por un fenómeno llamado dispersión de Rayleigh. La luz del sol se dispersa en diferentes colores y el azul se esparce más que otros"- explicó la Sra. Marta.

Los chicos se miraron entre sí con los ojos llenos de asombro. "Pero eso suena muy complicado"- dijo Nico.

"No te preocupes, lo importante es que sepas que hay respuestas a nuestras preguntas. Y a veces, sólo necesitamos buscar un poco más. ¿No es así, Pepolio?"- animó la Sra. Marta.

Pepolio sonrió, sintiéndose motivado. "¡Claro! Haremos más preguntas y buscaremos más respuestas"- exclamó. Entonces, se despidieron de la Sra. Marta y salieron de la biblioteca decididos a crear un proyecto sobre lo que habían aprendido.

Al día siguiente, Pepolio y Nico pusieron en marcha su plan. Se reunieron con sus amigos y les contaron sobre el color del cielo y de todas las cosas que podrían investigar juntos, como los planetas, los animales y los árboles del parque.

"¿Por qué no hacemos carteles y los colgamos por el parque?"- sugirió una de las chicas.

"¡Sí! Así más chicos vendrán a hacer preguntas y nosotros les ayudaremos a encontrar respuestas"- dijo Pepolio emocionado.

Día tras día, el parque se llenó de carteles coloridos con preguntas y respuestas sobre el mundo que los rodeaba. Todos los niños del pueblo comenzaron a interesarse por aprender, a preguntar, a explorar. Pepolio y su grupo se convirtieron en verdaderos pequeños científicos del barrio.

Pero un día, un nuevo niño llegó al pueblo. Se llamaba Lucas y se veía un poco triste. Nadie había notado que no se unió a los grupos de aprendizaje. Pepolio y Nico decidieron que era el momento de invitarlo a unirse a ellos.

"Hola, Lucas! Vení, estamos aprendiendo sobre por qué el cielo es azul. ¿Te gustaría unirte a nosotros?"- le preguntó Pepolio con sinceridad.

"No sé... no soy bueno para eso"- dijo Lucas, mirando al suelo.

"Todos somos buenos en algo distinto. Si venís, podrías ayudar a encontrar respuestas que ni siquiera hemos pensado. Lo importante es aprender juntos"- le explicó Nico.

Lucas dudó un momento, pero al mirar la sonrisa esperanzadora de Pepolio y Nico, decidió aceptar. A medida que llegaba a las actividades, fue encontrando su lugar y vio que también tenía mucho que aportar. Se hizo amigo de todos y, lo más importante, comenzó a creer en sí mismo.

Así, Pepolio no sólo encontró respuestas a sus preguntas, sino que también aprendió la importancia de compartir el conocimiento y de abrir las puertas a aquellos que necesitan un pequeño empujón.

Desde entonces, el grupo de amigos no sólo buscó respuestas a sus dudas, sino que también ayudaron a otros a encontrar las suyas. Y así, el cielo siguió siendo azul, recibiendo su color cada mañana, tanto por los pájaros como por las brillantes mentes curiosas de los niños del pueblo.

Y Pepolio aprendió que no hay preguntas tontas, sino más bien oportunidades para aprender y crecer juntos.

FIN.

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