Perico y el Misterio de la Papa
Érase una vez en un pequeño pueblo de Argentina, un loro llamado Perico. Era un loro muy especial, con plumas de colores vibrantes y una mirada curiosa. Sin embargo, había un pequeño problema: Perico no quería hablar. Su dueña, una niña llamada Clementina, había soñado con tener un loro que dijera ‘Perico quiere la papa’, como lo había escuchado en cuentos.
Clementina pasaba horas tratando de enseñarle a Perico a hablar.
"Vamos, Perico, decime: 'Perico quiere la papa'", le decía con mucha paciencia. Pero Perico solo la miraba con sus grandes ojos redondos y no decía nada.
Un día, frustrada, Clementina decidió llevar a Perico al parque. Tal vez, el aire fresco y la diversión alrededor lo inspirarían a hablar. Arribaron al parque y allí había niños jugando, familias riendo, y la música del viento moviendo las hojas.
"Mirá, Perico, ¿no te gustaría jugar con ellos?", comentó Clementina.
De pronto, un niño se acercó al lado de Clementina.
"Hola, ¿cómo se llama tu loro?", preguntó el niño.
"Se llama Perico, pero no quiere hablar", respondió ella, con cierto desánimo.
"Yo tengo una idea", dijo el niño. "Tal vez le interese la música. Los loros a veces son muy sensibles a los sonidos".
Intrigada, Clementina buscó un pequeño tambor que llevaba en su mochila.
"Escuchá, Perico, ¡música!" y comenzó a tocar al ritmo de una canción alegre.
Para sorpresa de todos, Perico empezó a moverse y a hacer pequeños saltitos. Fue en ese momento que comenzó a imitar la melodía del tambor, creando un ritmo peculiar.
"¡Eso es, Perico! ¡Sigue!", aclamó Clementina emocionada.
Viendo a Perico tan feliz, una idea surgió en la mente de Clementina.
"Tal vez no quiera hablar, pero le gusta la música", pensó.
A partir de ese día, cada vez que Clementina quería que Perico dijera algo, le hacía tocar el tambor. En vez de entrar en frustración, encontró un nuevo camino para comunicarse con su loro. Con el tiempo, Perico comenzó a aprender algunas frases relacionadas con la música.
"¡Perico toca, Perico canta!", decía mientras saltaba de alegría.
Poco a poco, Clementina dejó de preocuparse por lo que debía decir, y en su lugar, disfrutaba de cada momento divertido y musical que compartían.
Una tarde soleada, mientras tocaban juntos en el patio trasero, ocurrió algo mágico. Mientras Perico tarareaba una melodía, de repente exclamó:
"¡Perico quiere la papa!"
Clementina se quedó boquiabierta.
"¡Lo lograste, Perico! ¡Hablaste!"
El loro la miró satisfecho, como si supiera que había sorprendido a su dueña. Desde ese día, Clementina aprendió que cada ser tiene su propio ritmo, y que a veces lo importante no es apresurarse a conseguir lo que queremos, sino disfrutar del viaje y de los momentos únicos que compartimos.
Y así, Perico se convirtió en el loro más famoso del pueblo, no sólo por sus frases inesperadas, sino también por su increíble ritmo musical que alegraba a todos. Todos en el vecindario iban a escuchar las melodías de Perico y Clementina, que se convirtieron en un gran dúo.
Así, la niña y su loro descubrieron que la verdadera conexión no siempre llega de la manera que uno espera. Después de todo, ¡la música tiene su propio lenguaje!
FIN.