Perrito y el Arcoíris Mágico
Era un día lluvioso en el pequeño barrio de Florcitas. Las gotas caían del cielo como pequeños copos de cristal y el aire olía a tierra mojada. En una casita amarilla, vivía un perrito llamado Rocco. Rocco era un perrito curioso, lleno de energía y siempre en busca de aventuras.
- ¡Hoy es un día perfecto para jugar! - exclamó Rocco mientras miraba por la ventana.
Su dueña, una niña llamada Sofía, le acarició la cabeza y le dijo:
- Pero Rocco, está lloviendo mucho. No sé si podemos salir ahora.
Rocco suspiró un poco decepcionado, pero no se dio por vencido. Justo cuando la lluvia comenzó a calmarse, vio que una luz brillante aparecía a lo lejos.
- ¡Mirá Sofía! - ladró Rocco emocionado. - ¡Eso brilla!
Sofía, un poco dudosa, decidió seguir a Rocco y juntos salieron al jardín. Cuando cruzaron la puerta, el cielo comenzaba a despejarse y, como por arte de magia, un enorme arcoíris apareció en el horizonte.
- ¡Guau! - dijo Rocco levantando las patas. - ¡Es el arcoíris más hermoso que he visto!
- ¡Es increíble! - añadió Sofía admirando los colores que se extendían en el cielo. - ¿Sabías que algunos dicen que al final del arcoíris hay un tesoro?
Rocco, lleno de energía y emoción, decidió que tenía que descubrirlo.
- ¡Vamos a buscar ese tesoro! - ladró emocionado mientras empezaba a correr hacia el arcoíris.
Sofía, entre risas, lo siguió. Ellos corrían y saltaban entre los charcos, chapoteando en el agua con cada paso que daban. Pero cuando llegaron al inicio del arcoíris, se encontraron con un pequeño charco y una enorme piedra.
- ¡Oh! - se lamentó Rocco. - No hay tesoro aquí... sólo un charco.
- Esperá un momento, Rocco. - dijo Sofía. - Tal vez el verdadero tesoro sea el viaje y las aventuras que vivimos en el camino.
Rocco pensó por un momento. Su cola moviéndose de un lado al otro mientras miraba alrededor. Entonces recordó todas las risas y las chapoteadas que habían compartido.
- Tenés razón, Sofía. - aceptó Rocco. - Esta aventura ha sido maravillosa.
Cuando estaban a punto de regresar, escucharon un pequeño llanto. Rocco se detuvo y movió la oreja.
- ¿Escuchás eso? - preguntó intrigado.
Sofía asintió y juntos siguieron el sonido hasta encontrar a un pequeño patito que había quedado atrapado en el barro.
- ¡Pobrecito! - exclamó Sofía - ¡Tenemos que ayudarlo!
Rocco, aunque pequeño, fue valiente y se acercó al patito.
- No te preocupes, amigo. Te sacaremos de aquí. - ladró con determinación.
Con cuidado, Rocco y Sofía empujaron suavemente al patito y después de un poco de esfuerzo, lo liberaron del barro.
- ¡Gracias! - graznó el patito emocionado. - Me creí perdido en este barro.
- No hay de qué. - dijo Sofía sonriendo. - ¡Ahora puedes volver a nadar!
El patito, ahora libre, nadó rápidamente hacia el canal cercano.
- ¡Adiós, amigos! - gritó mientras se alejaba.
Rocco se sintió feliz. Había encontrado su propio tesoro: ayudar a alguien en necesidad. Miró a Sofía y dijo:
- Creo que ese fue el mejor tipo de tesoro que podríamos encontrar.
Sofía lo abrazó y dijo:
- Sí, Rocco, siempre debemos ayudar a los demás. Eso es lo que nos hace verdaderamente grandes.
Con el arcoíris de fondo, Rocco y Sofía regresaron a casa, contentos por su aventura y por el nuevo amigo que habían salvado. Aprendieron juntos que a veces el verdadero tesoro no es un objeto brillante, sino las experiencias y el amor que compartimos con los demás.
Cuando llegaron a casa, miraron una vez más el arcoíris.
- ¡Hicimos algo increíble hoy! - finalizó Rocco.
- Y todo gracias a la lluvia y a nuestra amistad. - dijo Sofía.
Ambos miraron el arcoíris con una sonrisa en el rostro, sabiendo que las mejores aventuras son aquellas que se viven con el corazón abierto.
FIN.