Persival y el Camino a la Caballería



Había una vez un chico llamado Persival, que vivía en un pequeño pueblo rodeado de colinas verdes y ríos cristalinos. Desde muy chiquito, Persival soñaba con convertirse en un caballero sagrado para poder proteger a su reino de cualquier peligro.

Cada mañana, mientras los demás niños iban al colegio, él se paraba frente al viejo castillo que se alzaba en el centro del pueblo y decía en voz alta:

"Algún día seré un caballero sagrado y lucharé por el reino".

Un día, mientras jugaba en el bosque cercano con sus amigos, escucharon un grito lejano.

"¿Escucharon eso?" preguntó María, una de sus amigas.

"Sí, parece que alguien necesita ayuda" respondió Persival, con el corazón latiendo rápido.

Los chicos decidieron investigar y corrieron hacia el sonido. Al llegar, encontraron a un pequeño dragón atrapado en una red. El dragón, con ojos grandes y tristes, miró a los niños suplicante.

"Por favor, ayúdenme, no quería causar problemas" dijo el dragón con voz suave.

Persival se acercó cautelosamente y dijo:

"No temas, te liberaremos" y, con la ayuda de sus amigos, comenzaron a desenredar la red.

Una vez libre, el dragón, agradecido, se presentó:

"Soy Drago, y quiero agradecerles por salvarme. Muchos no habrían tenido compasión de mí".

"No debemos juzgar antes de conocer" dijo Persival, sonriendo.

Drago, entusiasmado, les ofreció una propuesta:

"¿Quieren aprender a volar? Puedo llevarlos en mi lomo".

Los ojos de los niños brillaron de emoción. Sin pensarlo dos veces, todos subieron sobre el dragón. Con un batir de alas poderoso, Drago los elevó hacia el cielo, dejando atrás las preocupaciones del suelo. Los amigos gritaron de alegría mientras volaban sobre su pueblo.

Sin embargo, durante el vuelo, un rayo de luz les hizo sombra. Era un gran hechicero que se había dado cuenta de lo que sucedía y decidió atraparlos.

"¡Detengan a esos niños y al dragón!" gritó el hechicero.

Drago, asustado, comenzó a descender rápidamente.

"Debemos escondernos, es peligroso" dijo.

"No, no podemos rendirnos. ¡Debemos luchar!" respondió valientemente Persival.

Persival se acordó de las historias que había escuchado sobre los caballeros sagrados, que siempre defendían a los débiles y enfrentaban sus miedos.

"María, busca una piedra, tal vez podamos distraerlo".

"¡Sí!" respondió ella rápidamente, buscando entre las ramas.

Con una piedra en mano, los niños comenzaron a tirar pequeñas rocas para distraer al hechicero. Drago, sintiéndose más valiente por el apoyo de sus amigos, voló hacia el lado contrario del hechicero. La estrategia funcionó, ya que el hechicero quedó confundido por los ruidos y corrió tras un ruido, dejando a los niños a salvo.

Al aterrizar, todos se abrazaron emocionados.

"Lo logramos" exclamó Persival.

"Sí, nunca pensé que podríamos enfrentarlo" dijo María, sonriendo.

Esa experiencia los unió más que nunca. Persival comprendió que ser un caballero sagrado no solo significaba tener una armadura o una espada, sino ser valiente y preocuparse por los demás. Desde ese día, él y sus amigos decidieron que, aunque fueran solo niños, siempre ayudarían a aquellos que lo necesitaran.

Juntos pasaron sus días practicando las habilidades que le enseñó Drago, y nunca volvieron a tener miedo. El verdadero coraje, descubrieron, no estaba en enfrentarse a un dragón ni a un hechicero, sino en ayudar a los que estaban en problemas y nunca rendirse ante las dificultades.

Así, en su pequeño pueblo, Persival y sus amigos se convirtieron en los héroes que siempre soñaron ser, demostrando que con valentía y amistad, podían enfrentar cualquier desafío. Y así concluye la historia de cómo, gracias a un dragón y un poco de valentía, Persival encontró su verdadero camino hacia la caballería.

Colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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