Pipo y el poder de la alegría
En un pequeño pueblo, vivía Pipo, un niño de seis años con una gran sonrisa y una curiosidad desbordante. Pero cada vez que su mamá, la señora Gabriela, lo dejaba en la escuela, Pipo se sentía triste y solo. La campana del colegio sonaba fuerte mientras todos los niños entraban alegres, pero la tristeza de Pipo parecía eclipsar la alegría de la mañana.
Una mañana, justo antes de que su mamá se fuera, Pipo la miró con gran desconsuelo.
"Mamá, no me dejes solo, me siento muy triste cuando te vas".
"Pipo, mi amor, tú eres muy valiente. No estás solo; tienes amigos que te quieren, y yo volveré a buscarte enseguida".
"Pero no tengo ganas de jugar sin vos".
"¿Sabes qué? Cada vez que sientas tristeza, puedes recordarme con una sonrisa y jugar a inventar historias. Yo estaré contigo en cada cuento que imagines".
Con un suspiro y un abrazo, la mamá de Pipo se fue. Pipo, aún con lágrimas en los ojos, decidió poner en práctica lo que su mamá le había sugerido. Al principio, todo parecía muy difícil, pero justo en ese momento, apareció Lila, su amiga del jardín.
"¿Por qué estás tan triste, Pipo?".
"Porque mamá se fue y no tengo ganas de hacer nada".
"¿Y si jugamos a contar historias?".
Así, Lila y Pipo se sentaron bajo el gran árbol del patio. Pipo comenzó a contar una historia sobre un dragón que vivía en una montaña lejana y que soñaba con tener amigos.
"El dragón siempre estaba triste porque no podía jugar con los otros animales, pero un día decidió hacer una fiesta".
Los ojos de Lila brillaban mientras seguía la historia.
"Y entonces, el dragón hizo una gran invitación. Todos vinieron, y se dieron cuenta de que el dragón no era tan diferente a ellos".
"¡Sí! ¡Y hasta se pusieron a bailar!" respondió Lila riendo.
La historia se fue complicando, hasta que Pipo y Lila hicieron reír a todos sus compañeros con las travesuras del dragón. Al final, el dragón ya no estaba triste porque encontró amigos.
Cuando la campana sonó para el recreo, Pipo se dio cuenta de que, aunque su mamá no estaba allí, había logrado hacer algo mágico con Lila y el resto de sus amigos. Se sintió importante y feliz, como el dragón de su historia.
Con el correr de los días, Pipo comenzó a contar historias en cada recreo. Se volvieron tan populares que otros niños se unieron a ellos.
"¡Oh, miren! ¡Ahí vienen Pipo y Lila!".
"Cuenten la del dragón de la montaña otra vez, ¡por favor!".
Un montón de voces se unieron en la propuesta. Pipo, emocionado, decidió inventar una nueva historia sobre un telescopio mágico que permitía ver a la gente a la distancia.
"El telescopio ayudaba a las personas a comunicarse incluso si estaban lejos. Así, no se sentían solas".
Mientras contaba, Pipo comprendió que el amor de su mamá seguía con él. Aunque estuviera lejos, siempre podían conectarse a través de las historias.
"Pipo, ¿sabes qué? No sólo tú eres fuerte; todos podemos serlo en diferentes momentos. ¿Ves a esas nubes? A veces parece que tapan al sol, pero sólo está un poco escondido. Siempre vuelve a brillar".
"¡Sí! Como en nuestra historia, podemos ayudar a que el sol brille".
Con el tiempo, incluso cuando su mamá se iba, Pipo ya no sentía tristeza. Más bien, sabía que cada día había una nueva historia por contar, y otras aventuras por vivir.
Así fue como, gracias a la magia de la imaginación, Pipo no sólo aprendió que era valiente, sino que también podía compartir alegría y risas con sus amigos, incluso en otras situaciones de su vida. Cada vez que miraba al cielo, sabía que su mamá estaba siempre en su corazón, y eso lo hacía sentir fuerte y feliz.
FIN.