Pipo y el Valor de la Amistad
Era un lindo día de sol en el Parque del Vecindario, donde un grupo de niños jugaba a la pelota, riendo y corriendo por todas partes. En una rama de un árbol cercano, Pipo, un pequeño pajarito de plumas amarillas y brillantes, miraba la escena con curiosidad y un poco de temor. Pipo siempre había sido un pajarito tímido, y aunque le encantaría jugar con los chicos, no se animaba a acercarse.
"¿Y si no les gusto?" pensaba Pipo, mientras observaba a los niños. A veces, se imaginaba volando bajo y aterrizando justo en medio del juego, pero la idea de ser rechazado lo llenaba de dudas.
Un rato después, uno de los chicos, llamado Lucas, se dio cuenta de que Pipo lo estaba mirando.
"¡Miren, un pajarito!" - gritó Lucas emocionado.
Los demás niños se dieron la vuelta y vieron a Pipo.
"¡Qué lindo es!" - comentó Sofía, una nena de trenzas.
En ese momento, Pipo sintió que su corazón latía más rápido.
"¿Y si se ríen de mí?" - se dijo a sí mismo.
Pero algo dentro lo impulsó a volar un poco más cerca. Con un aleteo nervioso, se posó en una rama más baja, justo encima de donde los chicos estaban jugando.
"¡Hola, pajarito!" - gritó Lucas, levantando la mano en señal de saludo.
Pipo sintió un calorcito en su pecho. Por un momento, pensó a lo que había dicho su mamá: "No tengas miedo de ser tú mismo, Pipo. A veces, los otros sólo están esperando que tú des el primer paso".
Así que respirando hondo, se decidió a volar aún más cerca.
"¡Hola!" - dijo Pipo, sorprendiendo a todos con su voz.
Los niños se quedaron boquiabiertos.
"¿Habló un pajarito? !" - dijo Sofía, asombrada.
Pipo sonrió, aunque aún estaba nervioso:
"Sí, soy Pipo. Me gusta mirarlos jugar, pero no sabía cómo acercarme".
"¡Bienvenido, Pipo!" - exclamó Lucas. "Podés jugar con nosotros. Vamos a hacer un juego de atrapar la pelota. ¡Es muy divertido!"
Pipo dudó un momento. No sabía cómo se jugaba a ese juego, ¿y si no lo hacía bien? Pero la sonrisa de Lucas era tan sincera que decidió intentarlo.
"Bueno, puedo intentarlo. ¿Cómo se juega?"
"Sólo tenés que volar y atrapar la pelota cuando te la tiren. Te vamos a ayudar!" - dijo Sofía, detrás de la pelota, sonriendo.
Pipo se sintió un poco más seguro. Los chicos le explicaron las reglas y empezaron a jugar. Cada vez que le tiraban la pelota, Pipo se lanzaba en un vuelo elegante, intentando atraparla, aunque al principio no lo lograba. Pero en lugar de reírse, los niños lo alentaban.
"¡Bien, Pipo! ¡Cada vez estás más cerca!" - gritó Lucas.
Pipo se aferró a la confianza que le daba el apoyo de sus nuevos amigos. Después de algunos intentos fallidos, finalmente logró atrapar la pelota con sus patitas.
"¡Lo logré!" - gritó emocionado.
"¡Síiii! ¡Sos un crack!" - dijeron todos al unísono, aplaudiendo con alegría.
El juego continuó, y cada vez que Pipo atrapaba la pelota, su timidez se fue desvaneciendo. Aunque se dio cuenta de que no era perfecto, lo que importaba era que estaba divirtiéndose con sus nuevos amigos.
Cuando el sol comenzaba a ocultarse, Pipo se despidió de los chicos, con el corazón lleno de alegría.
"Gracias por invitarme a jugar, chicos. Nunca pensé que me gustaría tanto. ¡Espero volver mañana!"
"¡Claro que sí, Pipo! Vení cuando quieras" - respondieron todos, sonriendo.
Así, Pipo aprendió que a veces, sólo hay que dar el primer paso y dejar que la amistad florezca. Desde entonces, el pequeño pajarito no sólo observaba desde la distancia, sino que se convirtió en parte de las aventuras del parque, siempre listo para jugar y reír con sus amigos.
Y como decían los niños: "¡La amistad puede volar tan alto como queramos!"
FIN.