Pipo y el Viaje a la Luna
Era un soleado día en la granja, y Pipo, un pollito amarillo lleno de energía, se pasaba las horas mirando hacia el cielo. Soñaba con un lugar donde las estrellas brillan más que nunca y donde no hay límites para la aventura: la Luna.
Un buen día, mientras revolvía entre algunas viejas herramientas en el granero, Pipo se topó con un cohete de juguete cubierto de polvo.
- ¡Mirá esto! - exclamó emocionado Pipo, sacudiendo el polvo del cohete. - ¡Es un cohete! ¡Voy a llegar a la Luna!
Su amigo, la oveja Tomasa, que siempre le seguía el juego, se acercó curioso.
- Pipo, ¿y cómo vas a ir a la Luna con ese juguete? - preguntó Tomasa, mirando el pequeño cohete con escepticismo.
- ¡No importa! - respondió Pipo, con determinación. - Solo tengo que imaginar que estoy volando alto en el cielo.
Pipo comenzó a hacer ruidos de despegue, y Tomasa se unió a él, imitando los sonidos del cohete. Mientras tanto, la gallina Lulú, que estaba cerca, escuchó el bullicio y se acercó.
- ¿A dónde van tan emocionados, mis pequeños aventureros? - preguntó Lulú, con una sonrisa.
- ¡A la Luna, Lulú! - gritó Pipo. - ¡Vamos a despegar!
- ¿Y qué hay en la Luna? - indagó Lulú, intrigada.
- ¡Estrellas, donas de mermelada y, sobre todo, aventuras! - respondió Pipo.
Así comenzó la gran aventura del pollito y sus amigos. Con un poco de imaginación, construyeron un gran cohete en el granero, utilizando cajas de cartón, sábanas y cintas de colores.
- ¡Enciendan los motores! - gritó Pipo. - ¡Contemos hasta tres!
- ¡Uno, dos, tres! - gritaron todos juntos.
Sin embargo, mientras todos estaban ocupados imaginando su viaje, pasaron por alto un detalle importante: el granjero decidió que era hora de hacer una limpieza profunda en el granero y, sin querer, derrumbó parte del lugar.
- ¡Cuidado! ¡El techo se cae! - gritó Tomasa.
- ¡Rápido! ¡Salgamos de aquí! - dijo Pipo, y todos corrieron para poner a salvo el cohete.
Cuando finalmente salieron al aire libre, se dieron cuenta de que el cohete había quedado dañado, y la tristeza envolvió a Pipo.
- Ahora nunca podré llegar a la Luna, todo por culpa del granjero - dijo Pipo, con lágrimas en los ojos.
- ¡No te desanimes, Pipo! - le dijo Tomasa. - Podemos arreglar el cohete.
- ¡Claro! - asintió Lulú. - Si unimos nuestras fuerzas, ¡tendremos aún más posibilidades!
Y así, Pipo, Tomasa y Lulú se pusieron manos a la obra. Juntos, unieron piezas de otros juguetes, encontraron algunos trozos de madera y hasta rasgaron viejas almohadas para hacer cohetes de papel.
- ¡Mirá cuánto hemos avanzado! - dijo Pipo, comenzando a sentirse mejor.
- ¡Todo es posible cuando trabajamos en equipo! - recordó Tomasa.
Tras días de trabajo duro y de risas, por fin lograron armar un nuevo cohete. Esta vez era mucho más bonito y, sobre todo, mucho más sólido.
- ¡Estamos listos, esto va a funcionar! - gritó Pipo, emocionado.
Y así, bajo el brillante sol del atardecer, los amigos se subieron al nuevo cohete de cartón.
- ¡Vamos a contar otra vez, pero más fuerte! - animó Pipo.
- ¡Uno, dos, tres! - gritaron de nuevo.
Esta vez, Pipo sintió que su corazón latía con fuerza. En su mente, voló como un verdadero astronauta, atravesando el espacio, descubriendo nuevos mundos y brindando entre risas con sus amigos.
- ¡Mirá las estrellas! - exclamó Lulú, imaginándose caminando entre ellas.
- ¡Y las donas de mermelada! - agregó Tomasa, con un brillo en los ojos.
Al final del viaje imaginario, Pipo se dio cuenta de que, aunque no habían llegado a la Luna de verdad, lo que vivieron juntos fue el verdadero tesoro.
- ¡Gracias, amigos! - exclamó Pipo, muy contento. - Lo mejor de este viaje es que lo hicimos juntos.
- ¡Así es! - coincidió Tomasa. - La verdadera aventura está en compartir momentos.
- ¡Y soñar todos juntos! - añadió Lulú.
Desde ese día, Pipo y sus amigos continuaron soñando en grande, siempre con el apoyo de los unos a los otros. Y así, cada vez que miraban al cielo, recordaban que los sueños pueden hacerse realidad… siempre que los compartan con quienes aman.
FIN.