Pipo y el viaje al cielo
Había una vez, en un pequeño barrio, una niña de cuatro años llamada Sofía. Sofía tenía una sonrisa que iluminaba todo a su alrededor, y su amor por los animales era tan grande como la luna llena. Un día, su mamá decidió llevarla a la veterinaria para comprarle una mascota. Sofía estaba emocionadísima.
"¡Mamá, quiero un conejito!" - gritó Sofía al ver una colorida jaula, donde había un montón de conejitos saltaban alegres.
"Está bien, Sofía. Elijamos uno que te guste."
Sofía se acercó, y entre todos los conejitos, uno destacó por su suave pelaje blanco y sus ojos brillantes. Era un pequeño conejito que le sonrió enseguida. Sofía lo acarició con delicadeza.
"¡Es perfecto, mamá!" - dijo Sofía, mientras lo abrazaba con ambas manos.
Y así fue como Sofía y su mamá llevaron a Pipo, el conejito blanco, a casa. Sofía le preparó una jaula cómoda y suave, donde lo decoró con unos tiernos almohadones que había fabricado con su abuela.
Cada día, Sofía se encargaba de Pipo. Lo alimentaba con verduras frescas, llenaba su bebedero de agua limpia y lo peinaba con un cepillo especial.
"¡Te quiero mucho, Pipo!" - le decía mientras lo acariciaba "Eres mi mejor amigo".
Pipo, feliz, siempre saltaba alrededor de ella, como si le entendiera. Pasaban las tardes jugando en el jardín, donde Sofía imaginaba que ellos eran exploradores en un mundo mágico.
Sin embargo, un día, todo cambió. Pipo se sintió un poco diferente, y su energía ya no era la misma. Sofía, preocupada, le dio más cariño y alimento, pero eventualmente, Pipo cerró sus ojitos y se quedó quietecito.
Sofía no entendía bien lo que había pasado y comenzó a llorar.
"¡Mamá! ¿Dónde está Pipo? ¡No quiero que se vaya!" - exclamó con angustia.
Su mamá se arrodilló a su lado y le explicó con suavidad.
"Sofía, a veces los animales deben ir a un lugar especial, un lugar donde puedan correr felices y jugar sin parar. Pipo siempre estará en tu corazón."
Sofía, aunque triste, decidió recordar lo divertido que era jugar con Pipo. Se le ocurrió una idea.
"¿Y si hacemos una fiesta en su honor?" - dijo Sofía, con una chispa de esperanza en sus ojitos.
Su mamá sonrió, sabiendo que estaba bien para su niña pensar en Pipo de esa manera.
"Me parece una hermosa idea. Vamos a hacer una fiesta por Pipo, como él se lo merece."
Al día siguiente, Sofía se puso un vestido colorido y decoró el patio con globos y flores, mientras su mamá preparaba unas galletas de zanahoria. Los amigos de Sofía vinieron a la fiesta.
"¡Es para Pipo!" - anunció Sofía, mientras mostraba una foto del conejito en el centro de la mesa.
"¡Vamos a recordarlo y divertirnos!" - gritaron sus amigos entusiasmados.
El sol brillaba y los niños jugaban, contaban historias sobre Pipo y cómo había hecho reír a Sofía. Con cada risa, Sofía sentía que Pipo siempre estaría con ella de alguna manera.
"Yo creo que Pipo está viendo todo desde el cielo y está muy feliz con nuestra fiesta" - dijo uno de sus amigos.
Y así, Sofía comprendió que aunque Pipo se había ido, su amor por él siempre estaría presente. Desde ese día, cada vez que veía un conejito blanco en el parque o en un libro, su corazón se llenaba de alegría, recordando las aventuras que habían compartido.
Al final de la fiesta, Sofía miró al cielo.
"Gracias, Pipo. Siempre serás mi mejor amigo." - susurró, sonriendo.
Y con el viento acariciando su rostro, Sofía supo que Pipo siempre correría en su corazón.
FIN.