Pipo y la Gran Aventura
Era un día soleado en el barrio de Villa del Sol. Pipo, un perrito de pelaje marrón y ojos brillantes, jugaba en el jardín con su mejor amigo, Tomi, un niño de 7 años.
"¡Vamos a jugar a la pelota!" - dijo Tomi, mientras lanzaba un frisbee al aire.
Pipo saltó emocionado y corrió tras el frisbee. Pero, en su entusiasmo, corrió más allá de la calle y se adentró en el bosque que estaba al lado del barrio, persiguiendo una mariposa de colores vibrantes.
Después de un rato, se dio cuenta de que estaba muy lejos de casa.
"Oh no, ¿dónde estoy?" - ladró Pipo, asustado.
En ese momento, decidió que debía encontrar el camino de regreso. Pero antes de llegar a la salida del bosque, se encontró con un gran río.
"¿Cómo cruzaré esto?" - pensó Pipo, mirando las fuertes corrientes que pasaban.
Justo entonces, un viejo pato se acercó nadando.
"Hola, pequeño. ¿Te encuentras bien?" - preguntó el pato.
"No, estoy perdido y necesito volver a casa. ¿Cómo puedo cruzar este río?" - respondió Pipo, con la voz temblorosa.
"Puedes montarte en mi espalda, y te llevaré al otro lado" - dijo el pato con una sonrisa.
Agradecido, Pipo subió al lomo del pato y, tras un corto viaje, llegaron a la orilla opuesta.
"¡Gracias, señor pato!" - ladró Pipo, saltando de felicidad. Pero su alegría fue breve, pues al mirar atrás, el pato se perdió entre las hojas.
"Ahora, ¿por dónde sigo?" - suspiró Pipo, mirando a su alrededor. Optó por seguir un sendero de flores que lo llevó a un prado lleno de otros animales.
Allí conoció a Lila, una coneja suave y rápida, que estaba jugando entre las flores.
"Hola, soy Pipo. Estoy buscando el camino de regreso a casa" - dijo el perrito.
"¡Hola, Pipo! Me encantaría ayudarte, pero primero deberías intentar jugar conmigo" - contestó Lila.
Pipo, aunque estaba un poco preocupado, decidió unirse a Lila en un juego de escondidas. Se ríeron y corrieron, olvidando momentáneamente su preocupación. Pero pronto, Pipo recordó su misión.
"Tengo que irme, gracias por el rato, Lila. ¿Sabes cómo volver a Villa del Sol?" - le preguntó.
"Claro, el camino está allá, donde se ve la colina más alta, pero ten cuidado con el lago. Hay un castor que se pone muy inquieto cuando alguien se le acerca" - le advirtió Lila.
Con agradecimiento, Pipo se despidió y se dirigió hacia la colina. Sin embargo, antes de llegar, avistó al lago y al castor, una criatura robusta que parecía estar muy ocupada construyendo una presa.
"Oh no, ¿y ahora qué?" - pensó Pipo, asustado. Pero no quería rendirse. Así que observó cómo el castor trabajaba. Luego, con valentía, decidió acercarse un poco.
"Disculpa, señor castor. Solo estoy de paso. Solo quiero volver a casa" - dijo Pipo, temblando un poco.
El castor lo miró sorprendido.
"¿Por qué no dijiste antes? No te voy a morder, pequeño. Solo cuida tus patas, ¿quieres?" - rió el castor, mientras seguía construyendo.
Pipo se sintió aliviado y cuando llegó a la cima de la colina, pudo ver, a lo lejos, las casas de Villa del Sol.
"¡Sí, puedo ver mi casa!" - ladró Pipo con fuerza, saltando de alegría.
Ya casi en casa, decidió correr lo más rápido que podía. Al llegar al jardín, encontró a Tomi sentado en el suelo, llorando.
"Pipo, ¡te estaba buscando!" - exclamó Tomi, mientras Pipo corría hacia él.
"¡Estoy aquí!" - ladró feliz el perro, saltando en círculos.
Tomi corrió y abrazó a Pipo con fuerza.
"Nunca vuelvas a alejarte así. Te extrañé mucho" - dijo Tomi, mientras las lágrimas se secaban en su rostro.
Pipo comprendió que, aunque su aventura fue emocionante, no hay nada mejor que estar en casa, rodeado de amor. Desde ese día, Pipo jugó siempre cerca y nunca más se alejó demasiado. Y así, aprendió que la verdadera aventura estaba en los momentos junto a su mejor amigo.
"Te prometo que siempre estaré a tu lado, Tomi" - ladró Pipo, mientras se acurrucaba junto a él.
FIN.