Ponyo y el gran festín



Había una vez un pequeño gato llamado Ponyo que vivía en una alegre casa en un vecindario lleno de plantas y árboles. Ponyo era un gato muy curioso, con pelaje suave y brillante y grandes ojos verdes que miraban con asombro todo lo que lo rodeaba. Sin embargo, había algo peculiar en Ponyo: siempre había sido muy flaquito y no le gustaba comer mucho.

Un día, mientras exploraba el jardín, Ponyo se encontró con su amiga Lila, una linda ardillita que estaba tratando de encontrar la mejor manera de recolectar nueces para el invierno.

"¡Hola, Ponyo!", exclamó Lila. "¿Por qué no vienes conmigo a buscar nueces? Son deliciosas y te harán sentir fuerte y lleno de energía!"

"Oh, gracias, Lila, pero yo no tengo mucha hambre. Prefiero jugar por ahí y ver qué descubro en el jardín", respondió Ponyo, mientras daba un salto sobre la hierba.

Lila, un poquito preocupada, decidió acompañarlo en su paseo y juntos comenzaron a investigar el vecindario. Mientras exploraban, se encontraron con un lorito llamado Júpiter que estaba tratando de hacer un gran banquete de frutas.

"¿Por qué están tan tristes?", preguntó Júpiter, balanceándose en la rama de un árbol.

"No estamos tristes, ¡estamos explorando!", dijo Ponyo con una sonrisa.

"¡Pero deberías probar mis frutas! Son las mejores de toda la ciudad. Ven, ven!", insistió Júpiter, volando hacia un perchero lleno de frutas brillantes.

Ponyo se acercó con curiosidad al hermoso festín que había preparado Júpiter, pero al acercarse sólo miró.

"Son muy coloridas, pero no tengo ganas de comer", admitió Ponyo.

Los amigos lo miraron con preocupación.

"No puedes vivir solo jugando, Ponyo", dijo Lila. "Es importante alimentarse bien para tener energía y seguir jugando."

Ponyo comenzó a pensar mientras jugaba. ¿Sería realmente necesario comer más? Tal vez tenía razón. Pero en el fondo de su corazón, sentía que cada vez que probaba algo, no le gustaba tanto como jugar.

Para su sorpresa, al día siguiente se organizó en el vecindario una gran fiesta donde todos los animales traerían su comida favorita. Estaban invitados todos los gatos, perritos, tortugas y aves del vecindario. Ponyo no podía esperar.

Cuando llegó el gran día, la mesa estaba repleta de deliciosos manjares y cada uno de los amigos de Ponyo estaban ocupados comiendo con alegría.

"¡Mmm, esto está delicioso!", gritaba una perrita mientras devoraba un gran plato de croquetas.

"Ven a comer, Ponyo!", llamaban los demás, mientras balaban frutas y pescados.

Pero Ponyo no se movía. Observaba alegre a sus amigos pero no tenía ganas de comer nuevamente.

Lila lo miró y le dijo:

"Ponyo, no puedes perderte esto. Cada bocado es una aventura, ¡pruébalo! ¿Sabías que la comida también es parte de la diversión?"

Ponyo sintió curiosidad en su pancita y decidió acercarse a la mesa. Miró todo de cerca y ¡Sorpresa! Vio un platito con pequeños trozos de atún.

"¿Eso es atún?", preguntó Ponyo, sus ojos brillando.

"Sí, ¡es lo mejor!", exclamó Júpiter emocionado. "¡Prueba!"

Con la ayuda de sus amigos, Ponyo probó un pequeño trozo y… ¡qué delicia! El sabor era tan fresco y jugoso que no pudo evitar sonreír.

"¡Esto está buenísimo! Quiero más!",

susurró con alegría Ponyo. Ahora había descubierto que comer no era tan malo, sino ¡parte de la aventura!

Pasan los días y Ponyo sigue comiendo de una forma moderada, disfrutando los momentos con sus amigos en fiestas y comidas. Ha aprendido que compartir un festín puede ser igual de bonito que jugar. Desde entonces, Ponyo se volvió un gato más feliz, pues comprendió que la comida no solo era para alimentarse, sino también para compartir momentos especiales con sus amigos.

Y así, Ponyo, el gato una vez flaquito, se llenó de energía y vivió aventuras inolvidables, siempre rodeado de nuevos amigos.

"Gracias por ayudarme a descubrir la importancia de disfrutar juntos, amigos", les decía Ponyo cada vez que se sentaba a disfrutar de un festín.

Y así, Ponyo, con su pancita feliz, jugaba en el jardín sabiendo que ahora, además de ser un gato curioso, también era un gato lleno de aventuras y sabores. Y colorín Colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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