Popoyan, el volcán amigo
En un pequeño pueblito llamado Chancharito, ubicado a los pies del majestuoso volcán Popoyan, vivían niños alegres y curiosos. Se levantaban todos los días, miraban al cielo azul y decían:
"¡Hoy es un nuevo día para explorar!"
Entre ellos estaba Sofía, una niña con grandes sueños y un espíritu aventurero, y su hermano menor, Julián, que siempre la seguía.
Un día, mientras exploraban el bosque cercano, Sofía y Julián se encontraron con una maestra tortuga que les contó una historia maravillosa.
"¿Sabían ustedes que el volcán Popoyan no es solo un volcán?"
"¿Qué más es?"
- preguntó Julián, con los ojos muy abiertos.
"¡Es un amigo! Cada vez que hace erupción, está cantando una canción para la Tierra. ¡Las cenizas son como un abrazo para las plantas!"
Los niños se miraron, asombrados.
"¿Canta?"
"Sí, pero solo aquellos con un corazón puro pueden escucharlo. Deben aprender a cuidar de la naturaleza y a escuchar los secretos que nos cuenta."
Movidos por la historia de la tortuga, Sofía y Julián decidieron realizar una expedición al volcán. Al día siguiente, empacaron una mochila con frutas, agua y una libreta para anotar todo lo que aprendieran.
"¡Vamos, Juli! Vamos a descubrir si es verdad que Popoyan canta."
Mientras subían la montaña, se encontraron con una bandada de pájaros que les dijo:
"¡Hola, pequeños aventureros! ¿Hacia dónde se dirigen?"
"¡Vamos a escuchar a Popoyan!"
"Tienen que llevar buena energía y siempre ser amables. ¡Eso lo hará cantar aún más fuerte!"
Cada paso que daban les llenaba de energía positiva. Cuando finalmente llegaron al mirador, el volcán Popoyan se erguía frente a ellos como un gigante dormido.
"¿Dónde está la canción?"
- preguntó Julián, un poco decepcionado.
No obstante, Sofía decidió que no se darían por vencidos.
"Escuchá, Juli. La tortuga dijo que debíamos tener el corazón puro. ¿Y si intentamos cantar nosotros primero?"
Los niños comenzaron a cantar una canción que inventaron sobre la aventura y la importancia de cuidar la naturaleza. La melodía subía al aire y, de repente, un suave viento comenzó a soplar, mientras el volcán exhalaba un pequeño suspiro de humo.
Sofía y Julián se miraron, entusiasmados.
"¡Mirá! ¡Popoyan está respondiendo!"
Pero no fue solo eso. De la cima del volcán empezaron a caer pequeñas chispeantes cenizas que danzaban en el aire.
"Es como si estuviera bailando con nosotros!"
Justo cuando pensaban que todo había terminado, de pronto, una profunda voz retumbó desde el interior del volcán que decía:
"Pequeños soñadores, gracias por su canción. Con ella, me siento más fuerte y feliz. Recuerden siempre cuidar de la Tierra y de sus maravillas. Estoy aquí para ayudar a las plantas a crecer y a enriquecer el suelo. ¡Sigan cantando!"
Sofía y Julián, atónitos, apenas podían creer lo que estaban oyendo. Fue entonces cuando comprendieron que Popoyan realmente tenía una voz y que su canto era un recordatorio de la conexión que todos los seres vivos compartimos.
"¡Debemos contarles a todos en el pueblo!"
Bajaron corriendo montaña abajo, llevando consigo la promesa de cuidar la naturaleza. Desde aquel día, cada vez que el volcán Popoyan hacía un pequeño suspiro, los niños de Chancharito salían a cantar y a celebrar el regalo de la vida.
Al final, Popoyan no solo era un volcán; era un amigo que les recordaba la importancia de cuidar su hogar —la Tierra— y siempre, siempre, mantener vivos sus sueños.
Así, Sofía y Julián aprendieron que con amor y respeto, se puede escuchar la música del mundo que nos rodea, y que cuanto más cuidamos nuestro entorno, más fuerte y hermosa se vuelve esa melodía.
Y así, el pueblito de Chancharito floreció, lleno de vida, energía y canciones.
Fin.
FIN.