Priscila y el Jardín de la Comunicación



Priscila era una niña muy especial que vivía en un pequeño barrio donde el sol brillaba casi todo el año. Era amable y curiosa, pero había algo que la mantenía alejada de los otros niños: no sabía comunicar lo que sentía. Priscila creía que todos debían entenderla sin que ella dijera una sola palabra.

Un día, mientras jugaba en el parque, vio a un grupo de niños riendo y correteando. Tenía ganas de unirse, pero la idea de hablar les paralizaba. Se quedó observando desde una distancia segura, sintiéndose un poco triste.

"¿Por qué no pueden simplemente saber que quiero jugar también?" - murmuró para sí misma, mientras arrugaba sus manos.

De repente, se le acercó una mariposa de colores brillantes.

"Hola, pequeña soñadora. ¿Por qué estás tan sola?" - preguntó la mariposa con una voz suave.

Priscila se sorprendió y, por un momento, olvidó su tristeza. "Porque no sé cómo decirles que quiero jugar" - respondió con timidez.

La mariposa, que era muy sabia, sonrió y dijo: "A veces, las palabras son como semillas que hay que plantar para que crezcan. ¿Te gustaría aprender a sembrar esas palabras?"

Priscila, intrigada, asintió. "¿Cómo lo hago?"

La mariposa la guió a un hermoso jardín lleno de flores de todos los colores. "Aquí, en este jardín, cada flor representa una emoción. Vamos a recolectar flores para que cuando quieras comunicarte, tengas las palabras que necesitas."

Priscila se lanzó a la aventura. "¿Y qué flores representan la felicidad?"

"Las amarillas, como el sol. Para expresar alegría, puedes decir ‘me gusta’ o ‘quiero'. Prueba con esta frase" - le dijo la mariposa.

Priscila tomó una flor amarilla y la abrazó con una gran sonrisa.

Mientras exploraban, la mariposa le mostró otras flores. "Las azules representan la tristeza. Cuando te sientas así, puedes decir ‘no me siento bien’. Y las rojas simbolizan el enojo. Puedes decir 'no me gusta' o 'detente' si algo no te agrada."

"Entonces, si quiero decir que no quiero jugar a la pelota, puedo decir ‘no quiero jugar’" - exclamó Priscila emocionada. Finalmente, comprendía.

La mariposa la miró con orgullo. "Exacto, Priscila. La comunicación es un arte, y tú puedes aprenderlo. Ahora, ¿por qué no intentas hablar con esos niños en el parque?"

Priscila sintió un poquito de miedo, pero también valentía. Caminó hacia el grupo, que seguía jugando. "Hola, ¿puedo jugar con ustedes?" - dijo con un hilo de voz.

Los niños se detuvieron y la miraron. "¡Claro! Vení, estamos armando un castillo de arena. "- respondió uno de ellos.

Priscila sonrió y se unió a ellos, convencida de que ese había sido un gran primer paso. Mientras jugaba, también se dio cuenta que si algo no le gustaba, podía usar las palabras que había aprendido.

"Ey, a mí no me gusta que me empujen. ¡Por favor, no lo hagan!" - dijo Priscila enérgicamente, lo que sorprendió a los demás.

"Lo sentimos, no era nuestra intención. ¡Nos podemos divertir sin empujarnos!" - dijeron, ya entendiendo.

Fue un día lleno de risas y juegos, donde Priscila se sintió querida y valorada. Esa noche, antes de dormir, la niña pensó en su día. "¡Gracias, mariposa!" - murmuró mientras se acurrucaba en su cama, sonriendo al recordar lo que había aprendido.

Ella sabía que aún había muchas palabras por aprender, pero con cada día, su jardín de la comunicación iría creciendo. Había vencido un gran miedo y estaba lista para seguir explorando.

"Mañana seguiré plantando más flores en mi jardín" - se dijo a sí misma con determinación, mientras soñaba con futuros juegos y nuevas amistades.

Así, Priscila entendió que las palabras son poderosas y que siempre es mejor expresarlas que guardar silencio. Con cada conversación, poco a poco, se convirtió en una amiga valiosa en el jardín de la vida.

FIN.

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