Priscila y su Estrella Brillante



En un pequeño pueblo a orillas del mar, vivía Priscila, una niña valiente y llena de sueños. Cada noche, justo antes de que el sol se ocultara y la luna comenzara a brillar, Priscila subía a la azotea de su casa. Allí, con una manta y su linterna, esperaba a su amiga especial: una estrella que siempre aparecía en el cielo justo al caer la noche.

"¿Dónde estarás, estrella amiga?" - susurraba Priscila, estirando su mano hacia el cielo.

La estrella, que la niña había nombrado Lucía, era su confidente, su guardiana de sueños. Cada vez que se sentía asustada por la oscuridad o por los ruidos extraños de la noche, simplemente miraba al cielo y allí estaba Lucía, parpadeando con su luz brillante.

Una noche, mientras Priscila esperaba, notó que la estrella no aparecía. Preocupada, se llenó de valor y decidió hacer algo.

"Si Lucía no viene a mí, yo iré a buscarla" - dijo Priscila con determinación.

Con su linterna en mano, bajó de la azotea y se embarcó en una misión. Caminó por el sendero del bosque, iluminando su camino con la luz que emitía el farolito.

A medida que avanzaba, los árboles susurraban y los animales del bosque miraban curiosos a la niña. Priscila continuaba con su camino, impulsada por la amistad que sentía por Lucía.

De repente, escuchó un suave llanto. Sigilosamente, se acercó y encontró a un pequeño conejo atrapado entre unas ramas.

"¡Oh, pobre conejito!" - exclamó Priscila, "¿Te puedo ayudar?"

El conejo la miró con ojos grandes y tristes.

"¡Sí! ¡Por favor! Estoy atrapado y no puedo salir" - dijo el conejito.

Con mucho cuidado, Priscila fue liberando al conejo de las ramas que lo atrapaban.

"¡Gracias, valiente niña!" - dijo el conejo, "Te debo mi libertad. ¿Cómo puedo agradecértelo?"

Priscila sonrió y respondió:

"No hace falta, solo cuídame si alguna vez me encuentro en problemas. Y, por favor, si ves a una estrella brillante, dile que la estoy buscando."

El conejo asintió y prometió ayudarla. Después de despedirse, Priscila continuó su camino, más decidida que nunca.

Al llegar a un claro, Priscila se sentó bajo la luz de la luna y decidió llamar a Lucía.

"¡Lucía! ¡Te extraño! ¡Ven a jugar!" - gritó con todas sus fuerzas. Se sintió un poco sola, pero recordó las palabras de su mamá: "A veces, hay que tener paciencia y seguir adelante, incluso cuando las cosas parecen difíciles".

De repente, un pequeño destello apareció en el cielo. Era Lucía, que había escuchado los llamados de su amiga.

"¡Priscila! ¡Estoy aquí!" - dijo la estrella, brillando con más fuerza que nunca. "Perdona mi ausencia, pero había una nube que me cubría."

Priscila, al ver a su estrella, sonrió.

"¡Te estaba buscando!" - comentó emocionada. "Pensé que no vendrías."

"Siempre estaré aquí para ti, en las noches de oscuridad y en las de luz. Pero también es importante que seas valiente y te enfrentes a tus miedos" - dijo Lucía, guiñándole un ojo.

Priscila sintió que una calidez la invadía. Hizo un nuevo pacto con sí misma: siempre ayudaría a aquellos que lo necesiten, como había hecho con el conejito.

De regreso a casa, se sintió más fuerte. Ya no tenía miedo de la oscuridad porque sabía que, donde quiera que estuviera, siempre habría una estrella cuidando de ella.

Y así, cada noche, Priscila se subía a la azotea con más confianza, sabiendo que, aunque a veces las cosas son inciertas, la valentía la acompañaría en cada paso que diera por el mundo. Y cada vez que se sentía pequeña o asustada, miraba al cielo y allí estaba Lucía, brillando más que nunca.

"Gracias, Lucía. Eres la mejor amiga que puedo tener" - decía Priscila, sonriendo mientras se acomodaba en su manta, lista para soñar con nuevas aventuras.

El bosque nunca había parecido tan acogedor, y Priscila sabía que estaba lista para enfrentar lo que sea que viniera. **Porque ser valiente no significa no tener miedo, sino seguir adelante a pesar de él**.

FIN.

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