Puki y el Reencuentro en el Parque



Había una vez un pequeño perro llamado Puki, que vivía en un hermoso barrio de Buenos Aires. Puki era un perrito aventurero, siempre olfateando nuevas sorpresas y jugando con los niños en el parque de su barrio. Sin embargo, había algo que le faltaba: su hermana, a quien había perdido hace tiempo. Aunque Puki siempre mantenía la esperanza de volver a encontrarla, el tiempo pasaba y su recuerdo se desvanecía un poco más cada día.

Un día soleado, Puki decidió salir a explorar el parque más grande de la ciudad. Mientras corría detrás de una mariposa, de repente se detuvo. Un aroma familiar lo envolvió.

"¿Qué es esto?" - pensó Puki, moviendo su cola de emoción. Empezó a seguir el rastro de ese olor que le recordó tiempos felices. Después de un rato, llegó a una zona del parque donde los árboles eran altos y frondosos.

Y ahí, en medio de un grupo de ladridos y juegos, Puki la vio: ¡su hermana Luna! Su pelaje era de un brillante color negro y sus ojos, tan cálidos como un día de verano, reflejaban la alegría de un reencuentro.

"¡Luna!" - gritó Puki, corriendo a su encuentro.

"¡Puki!" - respondió Luna, alertando a los otros perros que estaban jugando. Se lanzaron uno hacia el otro, llenos de alegría.

"Te he estado buscando por tanto tiempo. ¿Dónde has estado?" - preguntó Puki, con una mezcla de felicidad y curiosidad.

"Me perdí en una tormenta y me llevaron a un refugio. Luego, una familia me adoptó, pero ya no podía volver a casa" - explicó Luna, mientras Puki la abrazaba con su patita.

Puki estaba muy feliz de ver a su hermana, pero también un poco triste al escuchar su historia.

"Pero ahora que estamos juntos, podemos vivir como antes. ¿Te gustaría venir a vivir conmigo?" - propuso Puki.

Luna miró al horizonte.

"Me encantaría, pero hay un problema. La familia que me adoptó se preocupa por mí. No puedo irme así nomás."

Puki, todo un estratega, dijo:

"Entiendo. Pero quizás podamos encontrar un modo de convencerlos. Tal vez les hagamos saber cuánto nos necesitamos el uno al otro. ¡Vamos a planearlo!"

Así, Puki y Luna decidieron que cada día se reunirían en el parque para jugar juntos, haciendo que su amor fraternal brillara en cada ladrido y cada salto. Después de varias semanas de diversión, donde cada día traía nuevos juegos y risas, se dieron cuenta de que la familia de Luna notaba lo felices que eran juntos.

Un día, mientras jugaban a la pelota, el dueño de la familia de Luna se acercó y les dijo:

"Agradezco que cuiden tanto el uno del otro. He notado cuánto se quieren y lo felices que son cuando están juntos."

Luna, emocionada, aprovechó para hablar:

"Señor, yo quiero seguir viviendo con Puki. Me hace muy feliz y creo que podríamos ser aún más felices juntos."

A lo que el dueño respondió:

"Entiendo lo importante que es la familia. Si Puki puede cuidarte y hacerte feliz, podemos intentar organizarlo. Pero también debemos hablar con su familia."

Juntos, los tres se acercaron a la familia de Puki y les contaron sobre el reencuentro. Fue un momento muy emotivo. Luego de escuchar cómo se habían estado cuidando mutuamente y lo felices que se hacían, los dos grupos de humanos decidieron trabajar juntos para que Luna pudiera ir a vivir con Puki.

Al final, Luna fue adoptada por la familia de Puki, y ambos perros pudieron disfrutar de grandes aventuras en el mismo hogar. Jugaron en el jardín, corrieron por el parque, y lo más importante, aprendieron que la familia no siempre tiene que ser de sangre, sino de amor y compañerismo.

Y así, Puki y Luna vivieron felices, recordando que el hogar está donde hay amor y cariño, y que siempre hay formas de unir los lazos que nos unen, incluso si parecen perdidos.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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