Pulgarcito y el Ogro de las Botas Perdidas
Era una vez un pequeño niño llamado Pulgarcito, que tenía solo siete años y era tan pequeño como su nombre lo sugería. Vivía en un tranquilo pueblito, pero siempre soñaba con aventurarse más allá de los límites de su hogar.
Un día, mientras exploraba el bosque cercano, Pulgarcito se encontró con un par de botas enormes y brillantes que sobresalían de entre los árboles. Curioso, se acercó y, al intentar probarse las botas, de repente, un estruendo resonó en el aire y apareció un ogro gigante, más grande que cualquier cosa que Pulgarcito hubiera visto.
"¡Esas son mis botas!" -rugió el ogro, con una voz que hizo temblar a los pájaros en los árboles.
Pulgarcito, aunque asustado, no se dejó llevar por el miedo. "Lo siento mucho, señor ogro. No sabía que eran tuyas. Solo quería ver cómo se sentían."
El ogro, que tenía un rostro adusto, sorprendió a Pulgarcito al reírse. "No muchos se atreven a acercarse a mí. La verdad es que, desde que perdí mis botas, he estado muy solo. Todos huyen o se esconden."
Pulgarcito vio que el ogro, a pesar de su apariencia temible, en realidad parecía muy triste. "Si quieres, puedo ayudarte a encontrar tus verdaderas botas. ¿Dónde las perdiste?" -ofreció el niño.
El ogro, confiando en el pequeño, le explicó que había ido a buscar frutas del bosque y, mientras tiraba de un árbol para recolectar, se dio cuenta de que sus botas habían desaparecido. "Las dejé cerca del lago brillante. Nadie se anima a ir a buscar allí porque dicen que está embrujado."
"Yo iré contigo" -dijo Pulgarcito con determinación. Así, ambos emprendieron su camino hacia el lago.
Al llegar, vieron que el lago brillaba como mil estrellas. Pulgarcito sintió una mezcla de miedo y emoción. El ogro le susurró "Es solo un reflejo, no hay nada malo."
Mientras buscaban las botas, Pulgarcito escuchó un suave murmullo y se dio cuenta de que eran duendes que habitaban el bosque, jugando cerca del agua. Sin pensarlo, les pidió ayuda. "¡Hola! Necesitamos encontrar unas botas perdidas. ¿Han visto algo?"
"¡Claro que sí!" -respondió uno de los duendes, "Pero solo si nos cuentas un cuento."
Pulgarcito, sintiéndose como un verdadero narrador, comenzó a contarles una historia sobre un valiente caballero y su dragón amigo. Los duendes se acomodaron en la hierba, escuchando atentamente. Cuando terminó, los duendes, emocionados, dejaron de lado sus juegos y ayudaron a buscar las botas.
Entonces, uno de ellos señaló hacia un arbusto. "¡Allí!" -gritó. Y efectivamente, las botas del ogro estaban atascadas entre las ramas.
"¡Las encontraste!" -exclamó el ogro, con una increíble sonrisa en su rostro. "Muchas gracias, Pulgarcito. No sé qué hubiera hecho sin ti."
El ogro se puso sus botas y, de repente, la atmósfera cambió. Su temor y tristeza se disiparon. Con una voz más amable, dijo "Desde hoy, no seré más ese ogro solitario. Vamos a ser amigos."
Pulgarcito sonrió, sintiéndose feliz por ayudar. "¡Sí! Podemos jugar y contar historias juntos."
Desde aquel día, Pulgarcito visitó al ogro en el bosque, y juntos exploraron, jugaron y contaron cuentos. Aprendieron que no hay que juzgar a las personas por su apariencia, y que a veces, una simple amistad puede cambiarlo todo.
Así, incluso un pequeño niño y un gigante ogro se convirtieron en los mejores amigos, demostrando que la bondad y el coraje pueden surgir en lugares inesperados. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.