Pulseras de la amistad


Clarita y Joaquín eran hermanitos muy unidos. Siempre jugaban juntos, se ayudaban en todo lo que podían y siempre estaban buscando nuevas aventuras para vivir.

Un día, mientras paseaban por el parque, Clarita vio a una niña con una pulsera muy bonita. Le preguntó dónde la había conseguido y la niña le dijo que ella misma la había hecho. Clarita quedó fascinada y le preguntó cómo lo había hecho.

La niña le explicó que era muy fácil, solo necesitaba hilo de colores y unas cuentas para decorarla. Clarita estaba emocionada con la idea de hacer sus propias pulseras, pero no sabía dónde conseguir los materiales.

Fue entonces cuando Joaquín tuvo una gran idea: "Podemos comprar los materiales en la tienda de manualidades del barrio", dijo emocionado. Los dos hermanitos se pusieron manos a la obra y compraron todo lo necesario para empezar su nueva aventura. Pasaron horas haciendo pulseras de todos los colores imaginables.

Cada vez que terminaban una nueva creación, se ponían a admirarla con orgullo antes de ponerla en su cajita para venderlas más tarde. Al día siguiente, salieron al parque con sus cajitas llenas de pulseras listas para ser vendidas.

Empezaron tímidamente ofreciéndolas a las personas que pasaban por allí hasta que finalmente alguien les compró una. "¡Lo logramos!", exclamó Joaquín emocionado mientras guardaba el dinero en su bolsillo.

A partir de ese momento, las ventas fueron aumentando cada vez más gracias al boca a boca y a la calidad de sus productos. Pero un día, algo inesperado sucedió. Un niño muy triste se acercó a ellos y les contó que había perdido su pulsera favorita.

Clarita y Joaquín no dudaron en ayudarlo. Le ofrecieron hacerle una nueva pulsera personalizada para él, con los colores que más le gustaran. El niño estaba emocionado al ver cómo trabajaban juntos para crear la pulsera perfecta.

Cuando terminaron, el niño les dio las gracias con lágrimas en los ojos y les compró varias pulseras más para regalar a sus amigos.

Clarita y Joaquín aprendieron una gran lección ese día: no solo estaban vendiendo pulseras bonitas, sino que también estaban haciendo felices a otras personas con su trabajo. Desde entonces, cada vez que hacían una nueva venta, se sentían orgullosos sabiendo que estaban haciendo algo bueno por los demás.

Y así fue como Clarita y Joaquín hermanitos descubrieron el valor del trabajo duro, la creatividad y la generosidad hacia los demás.

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