Puntos de Colores en el Mundo



Había una vez en un pequeño pueblo de Japón, una niña llamada Aiko. Desde que tenía diez años, Aiko descubrió que tenía un gran amor por la pintura. Pero no pintaba cualquier cosa; ella cerraba los ojos y, en su mente, miles de formas y puntos danzaban en un arcoíris de colores.

Un día, mientras Aiko estaba en su jardín, vio a su abuela pintando unas calabazas para la feria del pueblo.

"¿Puedo pintar también, abuela?" - preguntó Aiko con una sonrisa radiante.

"Por supuesto, Aiko. ¡Pinta lo que veas en tu mente!" - respondió su abuela mientras sonreía.

Aiko tomó su pincel y comenzó a llenar las calabazas de puntos de colores: rosas, azules, amarillos… cada uno representaba su felicidad. La gente del pueblo admiraba su trabajo, pero Aiko sentía que había más allá del horizonte, un mundo donde sus puntos pudieran brillar aún más.

Cuando cumplió dieciséis años, decidió que quería ir a estudiar a Nueva York. Con el apoyo de su familia, empacó sus pinceles y un cuaderno lleno de dibujos y partió hacia la gran ciudad.

Una vez en Nueva York, Aiko se encontró con una ciudad colosal que nunca dormía. Al principio, se sintió un poco desorientada, pero una noche, mirando las luces de la ciudad desde su ventana, cerró los ojos y comenzó a pintar.

Estudió en una prestigiosa escuela de arte, donde conoció a otros jóvenes artistas como ella. Un día, en una clase, su profesor les dijo:

"Hoy vamos a hacer algo distinto. Quiero que cada uno pinte con sus ojos cerrados. Dejen que su imaginación los guíe."

Aiko se emocionó. Sabía que estaba en su elemento. Todos comenzaron a pintar, pero algunos se frustraron.

"¡No puedo hacerlo!" - gritó uno de sus compañeros.

"¡Claro que podés! Hay que dejarse llevar, como yo lo hago con mis puntos!" - le respondió Aiko, recordando su jardín en Japón.

Sus compañeros la miraron sorprendidos.

"¿Cómo lo haces?" - preguntó otra chica.

"Cierro los ojos y pinto lo que siento. Cada punto es una emoción.

Hazlo con confianza y verás lo que sucede. "

Así, Aiko comenzó a enseñarles lo que ella sabía. Sus compañeros se animaron y, poco a poco, todos se llenaron de colores y risas. Aiko se dio cuenta de que no solo pintaba para ella, sino que podía inspirar a otros a dejarse llevar por su creatividad.

El tiempo pasó y, al finalizar su estudio, Aiko organizó una exposición en el centro de Nueva York. Al principio estaba nerviosa, pero llegó el día y su corazón latía con fuerza. La sala estaba llena de gente ansiosa por ver sus obras. Había pintado murales llenos de sus famosos puntos en color.

"Bienvenidos a mi mundo de puntos. Espero que les haga sentir como me hace sentir a mí." - dijo Aiko en su discurso.

Su obras impresionaron a todos, artistas, críticos y visitantes. La gente se acercaba y sonreía al ver sus trabajos llenos de vida. ¡Era un éxito! Después de esa exposición, muchas de sus obras fueron llevadas a importantes museos alrededor del mundo.

Años más tarde, Aiko regresó a Japón, donde le mostró a su abuela unas fotos de sus obras expuestas en museos de fama mundial.

"¡Mirá abuela! ¡Pinté cosas hermosas con mis puntos!" - le dijo Aiko, con brillo en los ojos.

"Te lo dije, Aiko. Siempre has tenido un mundo de colores en tu interior. Nunca dejes de cerrar los ojos y soñar en grande." - respondió su abuela orgullosa.

Y así, Aiko siguió pintando y llenando el mundo de puntos de colores y formas infinitas, recordando siempre que la verdadera magia estaba en su imaginación.

FIN.

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