Rapunzel y el Banquete de Sabores
Había una vez, en un reino lejano, una joven llamada Rapunzel. Tenía cabellos dorados que llegaban al suelo, pero había algo que la preocupaba más que sus largas trenzas: ¡no le gustaba comer nada de lo que le ponían en el plato!
Un día, mientras Rapunzel miraba por su ventana, su madre, la Reina, entró en la habitación con un plato lleno de colores vibrantes.
"- ¡Rapunzel! Hoy he preparado un delicioso estofado de verduras!", dijo la Reina con entusiasmo.
"- No, mamá. No quiero!", respondió Rapunzel frunciendo el ceño.
La Reina suspiró y se marchó, decepcionada.
Rapunzel tenía la suerte de vivir en un castillo donde había mucha comida rica, pero ella solo quería galletas y caramelos. Desde muy pequeña, había aprendido a rechazar las comidas saludables. Un día, mientras observaba a sus amigos jugar en el jardín, sintió un dolor extraño en el estómago.
"- ¿Qué me pasa?", pensó, mientras se abrazaba la barriga.
Al ver su tristeza, una anciana que pasaba por allí se detuvo.
"- Hola, joven Rapunzel. Te veo un poco pálida", dijo la anciana.
"- Sí, estoy un poco... rara", respondió Rapunzel.
"- Quizás sea porque no estás comiendo bien. La comida que comes es lo que te da la energía para jugar y divertirte", aconsejó la anciana.
"- Pero no me gustan esas comidas...", murmulló Rapunzel.
"- Lo entiendo, pero debes intentarlo. ¡Hay un banquete de sabores maravilloso por descubrir!", dijo la anciana mientras sonreía.
Rapunzel la miró intrigada.
Desde ese día, la joven decidió que intentaría probar al menos un bocado de cada comida que le ofrecieran. Así fue cómo pasó su primera semana. Cada día se esforzaba un poco más. Un día, probó la sopa de calabaza de su madre.
"- Hmm, sabe bien", pensó mientras sonreía.
"- ¡Lo ves! Es delicioso! », exclamó la Reina.
"- Sí, creo que puedo comer un poco más", respondió Rapunzel emocionada.
Sin embargo, al siguiente día, Rapunzel se encontró con un gran plato de espinacas.
"- ¡No! ¡Nada de espinacas!", gritó.
"- Solo prueba un poquito, cariño. Un bocado no hace daño", insistió la Reina.
Después de un intenso tira y afloja, finalmente Rapunzel accedió. Al final, se dio cuenta de que las espinacas no eran tan malas como pensaba. A medida que pasaban los días, fue probando más y más platos. Comenzó a notar que se sentía más fuerte y podía jugar sin cansarse tan rápido.
Un día, mientras jugaban, Rapunzel vio a un grupo de chicos correr con energía por el parque. Ella se unió a ellos, llena de entusiasmo. Pero al poco tiempo, sintió que no podía seguir el ritmo.
"- ¿Qué te pasa, Rapunzel?", le preguntaron sus amigos.
"- No sé, quizás necesito comer algo después de todo", admitió.
Al llegar a casa, le contó a su madre lo que había sucedido. La Reina sonrió con ternura y preparó un plato especial.
"- ¡Aquí tienes! He hecho tu comida favorita, pero también le añadí algunas verduras. ¡Prueba!", dijo la Reina.
Rapunzel se sentó a la mesa mirando el plato lleno de colores. Con un poco de duda, decidió que valía la pena probarlo. Así que tomó un bocado de la carne y un poco de espinaca.
"- ¡Es increíble! », exclamó sorprendida.
"- ¡Te dije que había un banquete de sabores por descubrir!", rió la Reina.
Desde ese día, Rapunzel ya no rechazó los platos que le ofrecían. Había aprendido a probar nuevas comidas y descubrió que había muchos sabores deliciosos. Su energía aumentó, comenzó a explorar con sus amigos y se convirtió en la niña más feliz del reino.
Con el tiempo, también enseñó a sus amigos a disfrutar de la variedad de alimentos.
"- ¡Vamos a probar esto juntos!", decía mientras los animaba a probar nuevos sabores.
Y así, Rapunzel no solo se convirtió en un ejemplo a seguir, sino que también llevó alegría a todos a su alrededor.
Y colorín Colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.