Rapunzel y la Aventura del Plato Vacío
En un pequeño pueblo rodeado de montañas, vivía una niña llamada Rapunzel. Era conocida por su larga trenza dorada que siempre brillaba al sol y por su risa contagiosa que alegraba a todos los que la rodeaban. Pero había un problema: Rapunzel no quería comer. Siempre dejaba su plato lleno, a pesar de los esfuerzos de su mamá y su papá.
Un día, mientras jugaba en el jardín con sus amigos, comenzó a sentirse un poco cansada.
"¡Rapunzel, ven, ven! Vamos a jugar a la escondida!" - gritó su amiga Clara.
"Sí, vamos!" - respondió Rapunzel, aunque se notaba que su energía no era la misma.
Luego de unas cuantas partidas, Rapunzel se sentó bajo un árbol. Su amigo Lucas se acercó preocupado.
"¿Te pasa algo, Rapunzel? Te veo un poco extraña."
"Es que estoy un poco cansada... pero es que no tengo hambre. La comida es aburrida. Prefiero jugar!"
Lucas hizo una mueca.
"Pero sin comida no puedes seguir jugando. La comida te da fuerza. Dale una oportunidad a la comida, hay tantas cosas ricas!"
Rapunzel frunció el ceño.
"No sé, nunca he visto la necesidad. ¡Mirá qué bien me va sin comer!"
Sin embargo, la verdad era que cada vez se sentía más cansada y sus amigos comenzaron a notar que no podía jugar como antes.
Una tarde, mientras estaban en el parque, Clara le trajo una caja llena de galletitas.
"Mirá, son de chocolate, ¡te van a encantar!" - dijo Clara, mientras ofrecía una a Rapunzel.
"¡No quiero, gracias!" - contestó ella haciendo un puchero.
Atónitas, sus amigas se miraron y Clara decidió actuar.
"Está bien, pero si no comes, deberás ir sola a buscar tu tesoro en la cueva mágica esta tarde. La entrada solo se abre si tienes energía suficiente."
Rapunzel se quedó pensando, porque había escuchado sobre esa cueva. Todos los niños del pueblo hablaban de un magnífico tesoro escondido que solo se podía encontrar si tenías la energía necesaria.
"Pero... ¿será peligroso?" - preguntó con un poco de miedo.
"¡No lo sé! Pero si no comes, seguro que no podrás ir a buscarlo" - dijo Clara con una sonrisa traviesa.
Finalmente, Rapunzel tomó una galletita y, aunque le costó un poco, la probó.
"Mmm... ¡no está tan mal!"
Con una pequeña sonrisa, empezó a probar más galletitas, y antes de darse cuenta, había comido la caja entera.
Por la tarde, sintiéndose mucho mejor, fueron a la cueva mágica. La entrada brillaba con luces y solo se abría cuando se saltaba con mucha alegría. Rapunzel, llena de energía, comenzó a saltar y saltar junto a sus amigos.
Cuando entraron, encontraron un montón de cosas luminosas y coloridas: piedras preciosas, juguetes y dulces.
"¡Mirá todo esto!" - exclamó Lucas sorprendido.
"¡Es increíble! Y todo porque comí una galletita!" - dijo Rapunzel riendo.
Así, juntos comenzaron a llenar sus mochilas con los tesoros, y lo más importante, Rapunzel aprendió que la comida no solo era rica, sino que le daba la energía que necesitaba para disfrutar de las aventuras. Desde ese día, no solo se volvió la más alegre, sino también la más saludable del pueblo.
Al regresar a casa, corrió a abrazar a su madre.
"¡Mamá! ¡Hoy comí galletitas y ahora puedo hacer muchas cosas!" - exclamó feliz.
Su mamá sonrió, sabiendo que su pequeña había comprendido la importancia de la comida.
"¡Eso es genial, Rapunzel! A partir de ahora, no olvides balancear tus comidas. Tu cuerpo te lo va a agradecer."
Y así, Rapunzel aprendió que comer es una forma de cuidar de su alegría y de su energía, y que las aventuras siempre son más divertidas cuando uno se siente bien.
Desde entonces, el plato de Rapunzel nunca más estuvo vacío, y cada día era una nueva oportunidad para disfrutar de la comida y jugar con sus amigos.
FIN.