Raúl y la Tolerancia de los Colores



En una pequeña ciudad de Argentina, vivía un niño llamado Raúl. Raúl era un niño muy especial, lleno de empatía. Siempre se preocupaba por sus amigos y quería ayudarles en lo que pudiera.

Un día, en el recreo, vio que su compañera Lila estaba sentada sola, con su cabeza agachada. Raúl se acercó.

"¿Qué te pasa, Lila?" - preguntó Raúl con una voz amable.

"Nadie quiere jugar conmigo. No sé por qué…" - contestó Lila, mientras se secaba una lágrima.

"No te preocupes, yo puedo jugar con vos. ¿Te gustaría hacer un castillo de arena?" - propuso Raúl, tratando de alentar a su amiga.

Lila sonrió por primera vez y ambos fueron corriendo al parque de juegos. Mientras jugaban, Raúl notó algo raro dentro de él. A veces sentía que debería hacer más por sus amigos, que había tantas cosas que podía mejorar. Esa sensación le pesaba, y no entendía por qué.

A la semana siguiente, en la escuela alguien empezó a burlarse de un compañero nuevo, Lucas, que era un poco diferente. Raúl sintió un nudo en el estómago. Era importante que Lucas se sintiera incluido.

"Espera un minuto, eso no está bien" - dijo Raúl con determinación, acercándose a los que se reían.

"¿Y a vos qué te importa?" - le respondió uno de los chicos.

Raúl, sintiendo su corazón latir fuertemente, tomó aire y contestó: "Porque todos merecemos respeto, y todos somos diferentes. Eso nos hace únicos. ¡Yo creo que eso es lindo!"

Los otros chicos lo miraron sorprendidos, y uno de ellos, que era más amable, se unió a Raúl. "Es verdad. No debería burlarnos de nadie. Todos tenemos cosas que aprender y aportar."

Con esa respuesta, el grupo comenzó a reflexionar. Lucas se sintió aliviado y sonrió, agradeciéndole con los ojos a Raúl. Pero Raúl aún sentía un peso en su corazón, se preguntaba si había hecho lo suficiente.

Un día, su maestra, la Señorita Ana, organizó una tarea en grupo donde debían investigar en qué se diferenciaban los distintos colores. Cada uno tenía que hacer un cartel. Raúl se dispuso a trabajar con sus amigos, y sugirió que hablaran sobre los colores de la piel y cómo esas diferencias son hermosas.

"Podemos hacer un mural mostrando cómo todos los colores se unen para formar uno hermoso. Como en la vida, cada uno aporta algo especial." - dijo Raúl, lleno de entusiasmo.

Todos se pusieron manos a la obra, y al final, comenzaron a notar que ninguno era mejor que el otro, sino que todos se complementaban. Sin embargo, en medio del trabajo, Raúl seguía sintiendo esa inquietud por su compañerismo.

El día de la presentación, todos estaban nerviosos. Al llegar su turno, Raúl respiró profundo y comenzó. "Hoy queremos hablar sobre la tolerancia. Cada color en el mural representa a una persona, y aunque somos diferentes, juntos formamos una gran obra."

Los aplausos resonaron y Raúl sintió una mezcla de alegría y relajación. Las palabras habían salido de su corazón. Sin embargo, algunos chicos de otros cursos aún bromeaban, pero él decidió ignorarlos.

Después de la clase, un niño llamado Tomás se acercó a Raúl.

"Che, Raúl, me gustó lo que dijiste. No había pensado en eso de los colores y la diversidad."

"Gracias, Tomás. A veces, lo que más necesitamos es recordar que estamos juntos en esto, y que cada uno puede aportar algo diferente." - respondió Raúl, sintiéndose más seguro.

Entonces, Raúl comprendió algo importante: La resiliencia no significa ser perfecto o no sentir preocupación; significa seguir adelante y apoyarse en los demás. Así, con cada pequeño acto de respeto y tolerancia, se construye un mundo mejor.

Desde entonces, Raúl entendió que su empatía era su poder, y que aunque a veces se preocupara, cada día tenía la oportunidad de aprender y enseñar sobre la belleza de la diversidad.

Los amigos de Raúl comenzaron a hablar sobre sus diferencias con alegría, y así formaron un grupo donde todos eran aceptados y valorados. Raúl sonrió y supo que había encontrado en su corazón el verdadero camino a la paz: la tolerancia.

Y así, en su pequeña ciudad, la historia de Raúl se convirtió en un ejemplo para todos. Ya no sólo era un niño empático, sino un joven que había aprendido a vivir con respeto y amor hacia las diferencias de los demás.

A partir de ese día, Raúl supo que la tolerancia era su verdadero superpoder y que con cada acto pequeño, el mundo se volvía más colorido y hermoso, como el mural que habían pintado juntos.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!
1