Rebeca y el Perro Gruñón
Era un día soleado en el pequeño pueblo de La Esperanza. Rebeca, una dulce niña de buen corazón, caminaba por el parque mientras recogía flores de colores brillantes. A su paso, sonreía y saludaba a todos los que encontraba. Sin embargo, había algo que la inquietaba: había un perro gris, con el pelo enmarañado, que siempre se encontraba en un rincón del parque y que parecía estar muy triste.
"¿Por qué siempre te veo solo?" - le preguntó Rebeca un día, acercándose con cautela.
El perro la miró con ojos cansados y respondió:
"Porque todos me evitan. Dicen que soy un perro gruñón... pero eso no es cierto, sólo estoy triste."
Rebeca se sentó a su lado, ignorando lo que decían los demás. "Yo soy Rebeca, y creo que todos merecen una oportunidad. ¿Por qué no me cuentas tu nombre?"
"Me llamo Trueno." - dijo el perro, suspirando. "Pero no lo uso mucho porque a nadie le interesa escucharme."
Rebeca decidió que quería ser amiga de Trueno. Así que, todos los días, la niña regresaba al parque, le traía un bocadillo y le contaba sobre sus aventuras y sueños. Con el tiempo, el perro se empezó a relajar y su rostro comenzó a iluminarse.
"Eres la única que no se ha asustado de mí," - confesó Trueno un día. "¿Por qué lo haces?"
"Porque creo que detrás de un gruñón, siempre hay un corazón que quiere ser amado," - dijo Rebeca con una sonrisa.
Un día, mientras jugaban a lanzar una pelota que Rebeca había hecho con trapos viejos, un grupo de niños se acercó al parque.
"¡Mirá, la niña está jugando con este perro horrible!" - dijo uno de ellos, riéndose.
Rebeca se levantó con determinación y les contestó:
"No es horrible, se llama Trueno y es mi amigo. Todos pueden ser amigables si se les da una oportunidad."
Los otros niños se sorprendieron, pero algunos decidieron acercarse. Trueno, aún un poco inseguro, se sentía diferente.
"Hola chicos, soy Trueno. ¿Quieren jugar con nosotros?" - preguntó, tratando de sonar lo más amigable posible.
Los niños se miraron unos a otros, sorprendidos. Pero uno de ellos, una niña llamada Lucía, se atrevió a dar el paso.
"Hola, Trueno. ¿Puedo jugar contigo?" - preguntó con una sonrisa.
A medida que pasaban los días, más y más niños comenzaron a unirse a sus juegos. Trueno empezó a reír y a hacer trucos divertidos. Ya no era el perro gruñón, había encontrado su alegría de nuevo, todo gracias a la perseverancia de Rebeca.
Sin embargo, un día, una tormenta se desató en el pueblo. Mientras todos corrían a refugiarse, Trueno se quedó paralizado en el parque, asustado por el trueno. Rebeca, al verlo temeroso, no dudó en correr hacia él.
"¡Trueno! ¡Estoy aquí! No tienes que tener miedo!" - le gritó mientras se acercaba.
El perro se dejó llevar por el miedo. "Yo no sé si puedo enfrentar esto..."
"¡Sí podés! Yo estoy contigo. Siempre estaré contigo. Juntos podemos enfrentarlo!" - La voz de Rebeca era dulce y llena de aliento.
Trueno cerró los ojos y respiró profundamente. Al abrirlos, miró a Rebeca y le dijo:
"Gracias, Rebeca. Eres más que una amiga, eres como mi familia."
Con su apoyo, Trueno pudo superar su miedo. La tormenta pasó, y una hermosa lluvia dejó el aire fresco y el cielo claro. Desde aquel día, Trueno ya no era un perro gruñón, se había convertido en el más divertido del barrio, y los niños siempre querían jugar con él y Rebeca.
A través de su amistad, Trueno aprendió a ser feliz y Rebeca vio que como a los corazones tristes se les debe ofrecer amor y paciencia. Juntos demostraron que una buena amistad puede transformar a las personas, o en este caso, a los perros, y cambiar el rumbo de la vida de cualquiera que se sienta solo.
Y así, en el pequeño pueblo de La Esperanza, había un perro llamado Trueno que ya no gruñía, y una niña llamada Rebeca, que siempre sonreía, sabiendo que alrededor de la amistad, todo es posible.
FIN.