Rex el Dinosaurio Patinador
Era un día soleado en el barrio de José, un chico de diez años que vivía en una pequeña casa con su dino especial, Rex. Rex no era un dinosaurio cualquiera; era un gran Tiranosaurio Rex, ¡pero con un corazón de oro! Lo que más le gustaba a Rex, además de comer helados de frutilla, era patinar y jugar al básquet con sus amigos.
Una mañana, José y Rex decidieron que era el día perfecto para un partido de básquet. Así que, con el balón bajo el brazo y los patines bien atados, se fueron al parque donde siempre jugaban. Los amigos de José ya estaban allí.
"¡Llegaron!" - gritó Lucas, el mejor jugador del grupo. "Vamos a jugar, ¿quién empieza?"
"Yo quiero intentar encestar un tiro con Rex!" - dijo Sofía, emocionada.
A Rex le encantaba la idea. Salió al centro de la cancha, y con un giro impresionante, tomó el balón con su enorme pata. Todos los chicos lo miraban asombrados.
"¡Eso es trampa!" - bromeó Mateo. "Un dinosaurio no puede jugar al básquet, ¡eso no es justo!"
"¿Por qué no?" - defendió José. "Rex es parte del equipo, y nos divierte. ¡Aprovechemos su tamaño para intentar ganar!"
El partido comenzó. Rex driblaba el balón con sus patas, haciendo reír a todos. Pero cuando llegó el momento de encestar, algo inesperado sucedió: ¡Rex tropezó con su propio pie gigante y cayó al suelo con un gran estruendo!"¡Rex! ¿Estás bien?" - preguntó José, preocupado.
Rex se levantó, un poco adolorido, y dijo:
"¡Sí, pero creo que necesito un poco más de práctica!"
Los amigos comenzaron a reírse, no de Rex, sino de lo divertido que había sido ver a un dinosaurio jugar al básquet. Sin embargo, notaron que Rex parecía desanimado por su caída.
"No te preocupes, Rex. Todos fallamos alguna vez. Lo importante es intentarlo otra vez y divertirse." - le dijo Sofía, alentadora.
Rex sonrió, y en ese momento decidió que no dejaría que una caída lo detuviera. Se levantó y, con más esfuerzo, aprendió a equilibrarse mejor en sus patines.
Los chicos se turnaban para jugar con Rex, y aunque siempre había risas y alguna caída inesperada, la diversión era contagiosa. Al final del juego, Rex se dio cuenta de que lo importante no era ganar o perder, sino disfrutar del tiempo con amigos.
"¡Gracias por hacerme sentir parte del equipo!" - dijo Rex, con una gran sonrisa.
"¡Siempre, Rex!" - respondieron todos al unísono.
Después de jugar, decidieron hacer una competencia de patinaje en el parque. Rex se puso al frente y, con unas cuantas vueltas y acrobacias, todos aplaudieron a su amigo dinosaurio.
"¡Sos el mejor patinador!" - gritó Mateo.
Y así fue como el grupo de amigos se unió todavía más, aprendiendo que cada uno tiene su propio talento. Rex había demostrado que, aunque era un dinosaurio, podía golpear el balón como ningún otro y también patinar sin igual.
Esa tarde, mientras volvían a casa, José le dijo a Rex:
"Sabés, lo que me encanta de vos es que nunca te rindes y siempre encuentras la manera de divertirnos."
Rex sonrió. Sabía que, en esta gran amistad, todos aprendían los unos de los otros, y que lo más importante era divertirse y estar juntos, sin importar las diferencias.
Desde ese día, Rex no solo era conocido como el dinosaurio que jugaba al básquet, sino también como el rey del patinaje del barrio. Cada vez que alguien caía o fallaba, se acordaban de Rex y de cómo nunca se dio por vencido, siempre volviendo al juego con una sonrisa y ganas de seguir. Así, el dinosaurio y su amigo José, enseñaron a todos a disfrutar cada momento.
Y colorín colorado, esta historia se ha acabado.
FIN.