Ricitos de Oro y la Casa de la Creatividad



Era un día soleado y Ricitos de Oro paseaba por el bosque, disfrutando de los cantos de los pájaros y el aroma de las flores. En su andar, encontró una casita pequeña y acogedora. Con curiosidad, se acercó y tocó la puerta.

"¿Hola? ¿Hay alguien en casa?" - preguntó Ricitos de Oro, con su voz melodiosa.

No hubo respuesta. La puerta estaba entreabierta, así que decidió entrar. Para su sorpresa, no encontró a nadie, pero lo que vio la dejó maravillada. Había tres tazas en la mesa, y en lugar de contener bebida, estaban llenas de harina.

"¿Qué extraño lugar es este?" - murmuró Ricitos, viendo las tazas.

Su curiosidad fue más fuerte que su prudencia. Miró a su alrededor y, sin pensarlo mucho, comenzó a beber de la primera taza.

"¡Qué raro esto! Sabe a... ¡pan!" - exclamó, sorprendida, y siguió con la segunda.

Al terminarse la tercera, sintiéndose llena y un poco soñolienta, decidió explorar la casa. Subió las escaleras y encontró tres camas. Una era muy pequeña, la otra mediana y la tercera, grande y cómoda.

"Esta cama de aquí parece ideal para descansar un rato" - dijo, y se acomodó en la cama grande. En un abrir y cerrar de ojos, se quedó dormida.

Mientras tanto, en el bosque, una familia de tres osos regresaba a su casa después de un día de pasear por la naturaleza. El papá oso, la mamá osa y el osito iban conversando alegremente.

"Hoy tuvimos un día fabuloso, ¿no?" - dijo la mamá osa, sonriendo.

"Sí, mamá. No puedo esperar a probar el nuevo bizcocho que hiciste!" - respondió el osito.

Al llegar a casa, la familia se percató de que algo extraño había sucedido. La puerta estaba abierta.

"¡Cerré la puerta antes de salir!" - exclamó el papá oso, sorprendido.

Cautelosamente, entraron y notaron que las tazas estaban vacías.

"¿Quién se tomó mi harina?" - preguntó la mamá osa, confundida.

"¡Mirad! La cama de papá está deshecha" - rugió el osito. Aceleraron hacia las habitaciones.

Al subir, encontraron a Ricitos de Oro roncando en la cama grande.

"¡Despierta!" - dijo el osito, saltando emocionado.

Ricitos de Oro, sobresaltada, se despertó de golpe y vio a tres enormes osos mirándola. Su primer instinto fue asustarse, pero luego, al ver sus amables caras, se calmó.

"¡Hola! No quería molestar. Había harina y pensé en probarla..." - balbuceó, sonrojándose.

Los osos se miraron entre ellos, sorprendidos, pero pronto el papá oso se rió.

"No hay problema, niña. Todos tenemos curiosidad, por eso a veces nos metemos en líos."

"Sí, pero siempre es mejor preguntar primero" - agregó la mamá osa, sonriendo.

Ricitos se sintió avergonzada. Sabía que debía haber sido más cuidadosa.

"Perdón por entrar sin permiso y tomar su harina. Fue muy dulce de su parte, pero debería haberme presentado primero" - dijo, mirando a los osos con sinceridad.

"Eso se llama responsabilidad, y es muy importante. Puedes probar nuestra harina, ¡pero siempre que pidas!" - dijo el osito, contento.

Ricitos asintió, deseando aprender de su experiencia. Juntos comenzaron a sacar más harina y a hacer galletas con las técnicas que los osos habían creado.

A medida que mezclaban, Ricitos de Oro se dio cuenta de algo importante: la creación es más divertida cuando se comparte con amigos. Al finalizar, disfrutaron un delicioso festín y llenaron la casa con risas y olores deliciosos.

Al despedirse, Ricitos de Oro prometió visitar nuevamente a sus nuevos amigos y, esta vez, ser más cuidadosa. Aprendió que todos tenemos cosas que aportar, y que compartir y pedir permiso es importante cuando estamos en el espacio de alguien más.

"¡Nos vemos pronto!" - exclamó Ricitos emocionada.

"¡Sí! Y traeremos miel para el próximo encuentro!" - bramó el papá oso.

Así, Ricitos salió de la casa de los osos con una gran sonrisa, un corazón lleno de gratitud y la cabeza repleta de ideas creativas para nuevas aventuras. Desde aquel día, la amistad entre Ricitos de Oro y los osos se fortaleció, y juntos se adentraron en un mundo de imaginación y magia.

FIN.

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