Ricitos de Oro y los Tres Ovejas



En un tranquilo bosque rodeado de altos árboles y suaves colinas, vivía una joven llamada Ricitos de Oro. Su cabello dorado brillaba al sol, y su curiosidad la llevaba a explorar los lugares más sorprendentes del bosque. Un día, mientras caminaba, se encontró con algo que nunca había visto antes: una pequeña cabaña de madera.

"¿De quién será esta cabaña?" - se preguntó Ricitos de Oro.

Impulsada por su curiosidad, decidió entrar. La puerta estaba entreabierta, así que empujó suavemente y entró. Dentro, todo estaba muy tranquilo, pero la sorpresa la esperaban los muebles: tres sillas de diferentes tamaños estaban dispuestas en una sala acogedora.

"Qué lindas sillas; tengo que probarlas" - pensó y se sentó en la más grande, pero era demasiado dura.

"Ay, no me gusta esta" - dijo y saltó al suelo.

Luego, se sentó en la silla mediana. Era cómoda pero aún no le parecía perfecta.

"Seguramente la más pequeña es la indicada" - exclamó. Y al sentarse, esta se rompió en un instante.

"¡Oh no!" - gritó Ricitos de Oro mientras caía al suelo.

Al levantarse un poco aturdida, decidió investigar la cocina. Allí había tres platos de avena sobre la mesa.

"Me muero de hambre" - dijo y probó del primero. Estaba demasiado caliente.

"Pfff, ¡qué ardiente!" - se quejó mientras dejaba el plato a un lado.

Luego probó del segundo plato, pero estaba demasiado frío.

"¡Qué helada! No puedo comer esto" - exclamó con desilusión.

Finalmente, se dirigió al último plato y, al probarlo, exclamó:

"¡Ah, este está perfecto!" - y devoró la avena rápidamente.

Saciada, Ricitos de Oro se sintió cansada y decidió restablecerse. Subió las escaleras y encontró tres camas. Se recostó en la primera, pero era demasiado dura.

"No puedo dormir aquí" - murmuró, mientras se movía a la segunda cama, que estaba demasiado blanda.

"Demasiado suave para mí" - se quejó. Finalmente, se acomodó en la tercera cama.

"¡Esto sí que es cómodo!" - se quedó dormida en un instante.

Mientras tanto, la cabaña pertenecía a tres ovejas, las que habían salido a pasear por el bosque. Cuando regresaron, vieron que la puerta estaba abierta y se asustaron un poco.

"¿Quién entró en nuestra casa?" - preguntó Merlín, la oveja mayor, con voz temerosa.

"¡No sé!" - respondió Lana, la oveja del medio. "¡Miremos!"

Cuando entraron, vieron los desastres en su sala.

"Una silla está rota!" - exclamó Merlín.

"La avena de mi plato fue comida" - grító Lana.

"Y alguien ha estado durmiendo en nuestra cama!" - dijo la más pequeña, Tita, al encontrar a Ricitos de Oro profundamente dormida.

Ricitos de Oro se despertó de repente al darse cuenta de que estaba rodeada de tres ovejas mirándola con curiosidad.

"Oh, lo siento mucho. No quería causar problemas, solo soy una exploradora" - dijo Ricitos de Oro, avergonzada.

Las tres ovejas se miraron y luego Merlín, con su voz más valiente, dijo:

"Podrías habernos pedido permiso, Ricitos. Pero, ¿por qué no te quedas para hablar?"

Ricitos de Oro, aliviada, se sentó en el suelo y comenzó a contarles acerca de sus aventuras en el bosque, mientras las ovejas escuchaban atentas.

"A veces, mi curiosidad me lleva a olvidarme de los demás. Pero a partir de hoy, aprenderé a pedir permiso y a ser más respetuosa" - compartió la niña.

Las ovejas le dieron la bienvenida y juntas empezaron a explorar el bosque, aprendiendo a cuidar unas de otras y a ser amigas. Desde ese día, Ricitos de Oro siempre se acordó de ser amable y pensar en los demás primero.

Cada aventura se convirtió en un recuerdo, pero lo más importante que aprendió fue que la curiosidad y la amabilidad pueden llevar a grandes amistades.

Y así, Ricitos de Oro se convirtió en la mejor amiga de las tres ovejas, y juntos vivieron felices explorando el bosque, siempre con respeto y amabilidad.

FIN.

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