Rico, el Conejo Valiente
Había una vez, en un hermoso bosque encantado, un pequeño conejo llamado Rico. Rico era un conejo alegre y curioso, siempre saltando por el bosque explorando cada rincón. Sin embargo, había una advertencia que había escuchado de los animales mayores: en el centro del bosque había rocas mágicas que, si eran tocadas, podían convertir a cualquier criatura en un sapo.
Un día, mientras exploraba, Rico se encontró con su amiga la tortuga Tula.
-Tula, ¿sabés dónde están esas rocas mágicas? -preguntó Rico con su voz inquieta.
-¡Sí! Pero no te acerques a ellas, son muy peligrosas -advirtió Tula.
Rico, intrigado por las historias de las rocas mágicas, decidió que tenía que verlas por sí mismo. Así que, después de un rato, se despidió de Tula y se aventuró hacia el centro del bosque.
En su camino, Rico se encontró con la astuta ardilla Lila.
-¡Hola, Rico! ¿Adónde vas con esa cara de emoción? -preguntó Lila.
-Quiero ver las rocas mágicas. ¡Dicen que son fascinantes! -respondió Rico, moviendo su cola.
-¿Fascinantes? ¡Más bien aterradoras! No te acerques, son un riesgo -le dijo Lila, mientras se acomodaba la cola esponjosa.
Rico, que ya tenía en su cabeza su idea fija, ignoró los consejos. Siguió su camino y poco tiempo después se encontró frente a un brillante resplandor en el suelo. Ahí estaban, las rocas mágicas, reluciendo con colores que nunca había visto.
-¡Increíbles! -exclamó Rico, acercándose más y más.
Pero mientras recolectaba hojas para hacer un ramo que llevaría a Tula como regalo, accidentalmente tocó una de las rocas.
De repente, una chispa saltó y un polvo brillante lo envolvió.
-Rico el conejo, ahora eres un sapo -dijo una voz profunda que venía de la roca.
-¡No, no! -gritó Rico; en su lugar, le salió un croar. Se miró y vio que había cambiado. Ya no era un conejo, era un sapo.
Asustado, saltó intentando escapar. Pero no sabía qué hacer. En ese momento, escuchó un suave murmullo. Era Tula y Lila que lo habían seguido por el bosque preocupadas.
-Rico, ¿qué pasó? -preguntó Tula.
-¡Ayuda! Me he convertido en un sapo por acercarme a las rocas mágicas -dijo Rico, siendo ahora otra criatura totalmente diferente.
-¿Y qué podemos hacer? -interrogó Lila.
-Quizás la única forma de volver a ser un conejo es encontrar a la anciana sabia del bosque. Ella puede tener la respuesta -dijo Tula con determinación.
No era tarea fácil, pero sabían que tenían que intentarlo. Las tres amigas recorrieron el bosque, enfrentándose a muchos desafíos: cruzaron ríos, subieron colinas y hasta saltaron sobre troncos caídos. Durante el camino, Rico aprendió que, aunque ahora era un sapo, aún tenía el mismo valor y usaba su ingenio para ayudar a sus amigas a sortear obstáculos, mostrándoles caminos ocultos que como conejo jamás había visto.
Finalmente, llegaron a la cueva de la anciana. Era un lugar misterioso, iluminado por luces suaves de luciérnagas.
-¿Quién interrumpe mi paz? -preguntó la anciana, una enorme lechuza con gafas.
-¡Anciana sabia! Rico se ha convertido en un sapo por tocar las rocas mágicas. ¡Necesitamos tu ayuda! -exclamó Lila.
La lechuza observó a Rico atentamente.
-Todo tiene solución, querido. Debes aprender una lección sobre el respeto por la magia del bosque -dijo la anciana. -Regresa a las rocas, pero en lugar de tocarlas, cierra los ojos, respira profundamente y piensa en lo que te hace feliz. Así recuperarás tu forma.
Rico agradeció a la lechuza y, junto a sus amigas, se apresuró de regreso a las rocas. Una vez allí, cerró los ojos y recordó los momentos felices que había compartido con Tula y Lila: los juegos, las risas y la amistad.
Entonces, el mismo resplandor lo envolvió y, para su alegría, ¡de repente volvió a ser el conejo que era antes!
-¡Lo lograste, Rico! -gritaron Tula y Lila.
-¡Gracias a ustedes! Aprendí que la curiosidad es buena, pero también debemos respetar lo que no comprendemos completamente -dijo Rico, sonriendo. Desde aquel día, nunca volvió a acercarse a las rocas mágicas. Y cada vez que veía algo misterioso, recordaba la valiosa lección que había aprendido en aquel bosque encantado.
Y así, Rico, Tula y Lila continuaron viviendo felices, explorando el bosque juntos, cuidando de su hogar y de todos sus amigos.
FIN.