Roberto y el Valor de la Amabilidad



Era un hermoso día de sol en el parque. Los niños jugaban felices en el área de juegos. Santi y Romina, compañeros inseparables, estaban construyendo una torre de bloques de madera. La risa de los pequeños llenaba el aire. Pero en un rincón del parque, Roberto, un niño conocido por su actitud grosera, miraba con desdén a sus amigos.

- ¡Mirá qué torres más feas que hacen! - gritó Roberto, acercándose con una sonrisa burlona.

- No son feas, son geniales - respondió Santi, algo molesto.

- Sí, además estamos divirtiéndonos - agregó Romina, tratando de ignorar los insultos.

Roberto se rió. Se gustaba de ser el chico malo del grupo, aunque sentía un vacío que no sabía cómo explicar. En ese momento, apareció el Señor Rodríguez, el papá de Roberto, que había llegado al parque para pasear al perro.

- ¿Qué sucede aquí? - preguntó el Señor Rodríguez, al escuchar el ruido.

- Solo estaba... - comenzó a decir Roberto, pero su papá lo interrumpió.

- No me interesa la justificación, hijo. Me parece que estás molestando a Santi y Romina. ¿Por qué no intentas ser amable? - dijo con firmeza.

Roberto puso los ojos en blanco. Él no quería ser amable. Se dio media vuelta y le lanzó un bloque a la torre de los dos niños. La torre se desplomó y, por un segundo, sintió una extraña satisfacción.

- ¡Eso no se hace! - gritó Romina, frustrada.

Justo en ese momento, el Señor Rodríguez se acercó a su hijo.

- Marido, escúchame - dijo, inclinándose un poco hacia él. - Me gustaría que pensaras en cómo se sienten Santi y Romina en este momento. La amabilidad no solo le hace bien al otro, también te hace sentir bien a vos mismo.

Roberto frunció el ceño y no sabía qué responder. Pero, a los pocos minutos, vio a Santi y Romina recogiendo los bloques y tratando de reconstruir su torre, riendo mientras lo hacían. En su interior, algo comenzó a cambiar.

- Mirá cómo se ríen - dijo Roberto, un poco más suave.

- Sí, son buenos amigos - respondió su papá. - ¿Te gustaría tener buenos amigos también? A veces, ser amable es la mejor forma de conseguirlos.

Roberto siguió observando, y algo dentro de él se activó. Se acercó lentamente a Santi y Romina, titubeando.

- Chicos, lo siento por lo que hice. No debí tirar su torre - dijo con voz baja.

Santi y Romina se miraron sorprendidos. No estaban acostumbrados a que Roberto se disculpara.

- Gracias, Roberto. Eso significa mucho para nosotros - dijo Santi, sonriendo.

- Sí, ¿quieres ayudarnos a construirla de nuevo? - preguntó Romina, con sinceridad.

Las palabras de Santi y Romina generaron un cambio en Roberto. Nunca había sentido esa calidez antes.

- Bueno, creo que sí... Puedo ayudar - dijo Roberto, nervioso pero decidido.

Así, los tres comenzaron a trabajar juntos, poniendo bloques sobre bloques mientras el sol brillaba en sus rostros. Al final, lograron construir una torre más imponente y hermosa que la anterior.

- Mirá lo que hicimos juntos - dijo Romina, llena de alegría.

- Sí, lo hicimos muy bien. Gracias por dejarme ayudar - respondió Roberto, sonriendo genuinamente por primera vez en mucho tiempo.

Mientras tanto, el Señor Rodríguez observaba a su hijo con profundo orgullo. Se acercó y le dio una palmadita en la espalda.

- Estoy muy contento, Roberto. La amabilidad siempre abre las puertas a la amistad. ¡Sigamos disfrutando del día! - exclamó.

Y así, el día continuó lleno de risas y juegos. Roberto había aprendido que ser amable no solo lo hacía sentir bien a él, sino que también creaba conexiones con los demás. Desde esa vez, la sonrisa de Roberto se podía ver en todo el parque, donde él, Santi y Romina disfrutaban de la verdadera amistad, demostrando que la amabilidad es un valor que siempre vale la pena cultivar.

FIN.

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