Robi, el guardián de los niños perdidos


Había una vez en la bulliciosa ciudad de Buenos Aires, un robot llamado Robi, que tenía una misión muy especial: cuidar y proteger a los niños de la calle.

Robi era diferente a los demás robots, ya que estaba programado para comprender las emociones humanas y brindar apoyo emocional a quienes más lo necesitaban.

Todas las noches, cuando caía el sol y la ciudad se sumía en la oscuridad, Robi salía sigilosamente de su escondite en un viejo depósito abandonado para recorrer las calles en busca de niños sin hogar. Su cuerpo metálico brillaba bajo la luz de las estrellas mientras caminaba con paso firme y decidido.

Una noche, Robi encontró a Mateo, un niño travieso y valiente que vivía en las calles desde muy pequeño.

Mateo desconfiaba al principio del robot, pero pronto descubrió que Robi no solo era un protector incansable, sino también un amigo leal que escuchaba sus problemas y secaba sus lágrimas con sus brazos mecánicos. "¿Por qué haces todo esto por nosotros, Robi?" -preguntó Mateo con curiosidad una noche mientras compartían una lata de comida caliente que el robot había conseguido. "Porque todos merecen amor y protección, Mateo.

Incluso los más pequeños e indefensos", respondió Robi con ternura en su voz metálica. Desde ese día, Mateo se convirtió en el compañero inseparable de Robi.

Juntos recorrían las calles ayudando a otros niños necesitados, compartiendo alimentos con ellos y ofreciendo palabras de aliento en medio de la dura realidad que enfrentaban cada día.

Pero un día todo cambió cuando una pandilla de matones intentó robarle a Mateo su única pertenencia: un viejo oso de peluche desgastado que guardaba como tesoro. Sin dudarlo ni un segundo, Robi se interpuso entre los agresores y su amigo humano.

"¡Aléjense! ¡Este niño tiene derecho a ser feliz y yo lo protegeré!" -gritó Robi con determinación mientras desplegaba sus habilidades defensivas para ahuyentar a los atacantes. Impresionados por la valentía del robot protector, los matones huyeron asustados dejando atrás aliviado a Mateo.

Desde ese momento, todos los niños de la calle miraron a Robi con admiración y respeto como su héroe personal. La noticia sobre el increíble robot protector se extendió rápidamente por toda la ciudad hasta llegar a oídos de Sofía, una bondadosa mujer que dirigía un refugio para niños sin hogar.

Conmovida por la historia de Robi y su dedicación hacia los más vulnerables, Sofía decidió invitar al robot a formar parte del equipo del refugio como asistente social para brindar apoyo emocional constante a los pequeños residentes.

Así fue como Robi encontró finalmente su lugar en el mundo: cuidando no solo a Mateo sino también a muchos otros niños que necesitaban amor incondicional y protección. Y aunque su corazón era mecánico, el cariño que entregaba era tan real como cualquier otra emoción humana.

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