Robin y la Búsqueda de la Paz
Había una vez un pequeño conejo llamado Robin, que vivía en un tranquilo bosque encantado. Aunque el lugar era hermoso, Robin sentía que su corazón estaba lleno de preocupaciones.
"¿Y si no encuentro suficiente comida para el invierno?" se decía a sí mismo, saltando inquieto de un lado a otro. "¿Y si no logro construir mi madriguera a tiempo?". Robin pasaba los días temiendo lo que podría venir, hasta que un día decidió que tenía que hacer algo para encontrar la calma en su vida.
Un atardecer, cuando el sol comenzaba a esconderse detrás de las montañas, unas aves cantoras pasaron volando.
"¿Dónde vas tan apurado, pequeño conejo?" - le preguntó una de ellas.
"Busco la paz", respondió Robin con un suspiro. "Voy a encontrar a la tortuga sabia, ella sabrá ayudarme".
"Ah, la tortuga sabia. Ella vive al otro lado del lago, pero tendrás que atravesar el Bosque de los susurros primero", advirtió el ave.
"¿Bosque de los susurros?", preguntó Robin intrigado.
"Sí, allí los árboles hablan. Escucha con atención y te darán indicaciones", le aconsejaron las aves.
Con su corazón latiendo rápido, Robin decidió emprender el viaje. Cuando llegó al Bosque de los susurros, se detuvo en seco. Los árboles se movían suavemente, y sus hojas susurraban secretos.
"Hola, pequeño conejo. ¿Qué te trae por aquí?"
Era un viejo roble, con su tronco grueso y fuerte.
"Busco la paz y necesito encontrar a la tortuga sabia" - dijo Robin.
"¡Ah, la tortuga! Pero primero, debes demostrar que estás dispuesto a aprender. Debes cruzar el río y encontrar el camino a la montaña. Allí, podrás hallar la respuesta que buscas" - replicó el roble.
Robin se adentró por un sendero que lo llevó hasta un río caudaloso. Justo cuando estaba a punto de rendirse, vio a una rana que lo miraba desde una roca.
"¿Qué te da tanto miedo, pequeño conejo?" - le preguntó la rana con curiosidad.
"No sé cómo cruzar el río", respondió Robin afligido.
"¡Sigue el peligroso camino salta lila!"
"¿El camino salta lila?" - exclamó Robin.
"Sí, usa las piedras que sobresalen, pero ten cuidado con el agua" - dijo la rana.
Robin, sintiéndose más confiado, se lanzó a la aventura. Con cada salto y cada acierto, sintió que se liberaba de parte de sus miedos. Después de cruzar el río, continuó hacia la montaña, pero allí encontró un gran muro de espinas.
Desanimado, se sentó a descansar. Fue entonces cuando apareció un zorro juguetón.
"Hola, pequeño. ¿Qué pasa? Pareces triste" - dijo el zorro.
"No puedo continuar. Este muro de espinas me impide pasar" - respondió Robin.
"No te preocupes. Piensa en el camino que ya has recorrido. A veces hay que girar a la izquierda y buscar un nuevo camino. Ahí, detrás de esos arbustos, puede haber una salida" - informó el zorro.
Robin miró hacia el lado y vio una pequeña apertura. Decidido, se deslizó a través de las espinas y logró salir al otro lado de la montaña. Allí, el paisaje era radiante, y a lo lejos pudo ver a la tortuga sabia moviéndose lentamente.
Finalmente, después de tanto esfuerzo, estaba a pocos pasos de su objetivo.
"Hola, pequeña tortuga. He venido a buscar paz para mi corazón inquieto" - dijo Robin con voz temblorosa.
"Bienvenido, querido conejo. La paz no se encuentra en el futuro, sino en el aquí y el ahora. Con cada paso que diste, aprendiste a confiar en ti mismo. La calma está en tu interior, así como en saber que no puedes controlar todo lo que vendrá" - respondió la tortuga.
Robin sonrió, sintiendo que las palabras de la tortuga llenaban su corazón de luz. Aprendió que se podía dejar ir de sus preocupaciones, al tiempo que disfrutaba del presente. Con gratitud, se despidió de la tortuga y regresó a su hogar. Desde ese día, Robin ya no se preocupaba tanto por el futuro. Sabía que cada día era una nueva oportunidad y que la paz siempre lo acompañaría si aprendía a vivir el momento. Y así, el bosque encantado era un lugar más sereno para Robin, quien compartía sus aventuras con otros animales, enseñando a todos que la tranquilidad se encuentra en el viaje y en no temer lo que está por venir.
FIN.