Rocío y el Jardín de los Sentimientos



Había una vez en un pequeño pueblo rodeado de montañas, una niña llamada Rocío que amaba la naturaleza. Un día, mientras caminaba por el bosque, se encontró con un jardín mágico lleno de flores de colores vibrantes.

- ¡Qué hermoso lugar! - exclamó Rocío maravillada, mirando a su alrededor.

En medio de ese jardín, Rocío conoció a una flor muy especial llamada Talikundia, que poseía la capacidad de hablar.

- Hola, Rocío. Soy Talikundia. Este es el Jardín de los Sentimientos. Aquí las flores representan diferentes emociones - dijo la flor.

Rocío, intrigada, decidió explorar el lugar.

- ¿Qué emociones hay aquí? - preguntó curiosa.

- Cada rincón del jardín tiene su propia emoción. Allí está Patricia, la flor de la amistad. Esa rosa roja es Felicidad y, por último, en el rincón más bonito, vive Amor, la flor más grande de todas - explicó Talikundia.

Rocío decidió visitar a Patricia primero.

- ¡Hola, Patricia! - saludó la niña.

- ¡Hola, Rocío! - contestó la rosa. - Cada vez que se comparte una sonrisa o un abrazo, crezco un poco más. ¿Te gustaría ayudarme a hacer sonreír a otros?

- ¡Sí, claro! - respondió Rocío emocionada.

Juntas, Rocío y Patricia salieron del jardín, buscando a alguien que necesitara un poco de alegría. Pronto vieron a un niño sentado solo en un banco.

- ¡Hola! - gritó Rocío. - ¿Quieres jugar con nosotros?

- No sé... - contestó el niño con tristeza.

- Está bien, ¡solo te hacemos reír! - dijo Patricia.

Rocío hizo un par de caras graciosas y pronto, el niño comenzó a reír.

- ¡Esto es divertido! - dijo el niño sonriendo.

Rocío y Patricia se sintieron felices al ver su sonrisa. Después de jugar un rato, Rocío se despidió del niño y decidió ir a ver a Felicidad.

- ¡Hola, Felicidad! - saludó con entusiasmo.

- ¡Hola, Rocío! - respondió la flor radiante. - Estoy aquí para recordarte que la felicidad se encuentra en los pequeños momentos.

- ¿Cómo puedo ayudarte? - preguntó Rocío.

- Comparte cosas que te hagan feliz. Así, cada vez que lo hagas, mi aroma se esparcirá por el aire. Ayúdame a que más personas encuentren su felicidad - explicó Felicidad.

Rocío pensó un momento y luego tuvo una idea:

- ¡Vamos con las abuelitas del barrio! Siempre están tan solas y tienen tantas historias hermosas para contar.

Así que Rocío y Felicidad fueron a visitar a las abuelas, llevando consigo galletas caseras.

- ¡Hola, abuelitas! - dijo Rocío con una gran sonrisa. - Vinimos a compartir este momento con ustedes.

Las abuelas, emocionadas, comenzaron a contarle historias de su infancia mientras disfrutaban de las galletas.

- ¡Qué buenos recuerdos! - gritó una de ellas, y las demás asintieron.

Rocío sintió que su corazón se llenaba de alegría al escuchar sus risas. Entonces, era momento de ir a conocer a Amor.

- ¡Hola, Amor! - exclamó Rocío. - He compartido tantos momentos felices y amigables hoy. ¿Qué más puedo hacer?

- Rocío, la verdadera magia del Amor es dar y compartir sin esperar nada a cambio. ¿Ves a esas dos ardillitas peleando por una nuez? - señaló Amor.

Rocío miró hacia las ardillitas que se empujaban mutuamente.

- ¡Sí! Ellas parecen estar enojadas. ¿Qué puedo hacer? - preguntó preocupada.

- A veces, un pequeño gesto de amabilidad puede resolver los problemas. ¡Ve y ayúdalas! - dijo Amor.

Rocío corrió hacia las ardillitas.

- ¡Hola, amiga! - dijo con una sonrisa. - ¿Por qué no compartís la nuez? Pueden jugar juntas y tener más nueces después.

Las ardillitas se miraron y, poco a poco, aceptaron compartir la nuez. Rocío se sintió orgullosa de haber podido ayudar.

- ¡Gracias! - le dijeron las ardillas. - ¡Eres muy amable!

Al final del día, Rocío regresó al jardín feliz y satisfecha.

- Talikundia, no puedo creer lo que hemos hecho hoy. ¡Las sonrisas y la felicidad son contagiosas! - dijo emocionada.

- Exacto, Rocío. Cada emoción cultivada con amor y amistad hace crecer el jardín de los sentimientos, no solo en este lugar, sino también en el corazón de todos - respondió Talikundia.

Y así, Rocío aprendió que los mejores momentos son aquellos que compartimos, que la felicidad se multiplica y que el amor siempre encuentra la manera de florecer. Y aunque el jardín de los sentimientos estaba lleno de emociones, Rocío descubrió que cada pequeño gesto cuenta para hacer de este mundo un lugar mejor.

Desde entonces, Rocío compartía cada día con Talikundia, Patricia, Felicidad y Amor, creando un ambiente de alegría y amistad que se esparcía por todo el pueblo.

FIN.

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