Rodolfo y el Lobo Amistoso



En un tranquilo pueblito llamado Valle Verde, vivía un lobo llamado Rodolfo. A diferencia de los lobos de los cuentos, Rodolfo era amistoso y muy curioso. Tenía un corazón enorme y siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás. Sin embargo, como era un lobo, muchos de los habitantes del pueblo le temían, incluyendo a Mamá Susi y Papá Robustiano, los dueños de la granja de al lado.

Una mañana, mientras Rodolfo paseaba por el bosque, escuchó un llanto. Intrigado, se acercó y encontró a una pequeña oveja atrapada entre unas ramas.

"¡Hola! Soy Rodolfo, el lobo. ¿Qué te pasa?" - preguntó el lobo con suavidad.

"¡Ayuda! Me llamo Lía y estoy atorada. No puedo salir de aquí!" - respondió la oveja, aterrorizada por la presencia del lobo.

Rápidamente, Rodolfo se puso a trabajar. Usando su fuerza, movió las ramas y liberó a Lía. Ella, asombrada, se quedó mirándolo con gratitud.

"Gracias, Rodolfo. No esperaba que un lobo me ayudara. Pensé que los lobos eran malos" - dijo Lía, aún un poco temerosa.

"No todos los lobos son malos. Solo quiero ser tu amigo" - respondió Rodolfo con una sonrisa.

Desde ese día, Lía y Rodolfo se hicieron amigos inseparables. Sin embargo, las cosas no eran tan sencillas. Cuando Lía regresó a la granja y le contó a Mamá Susi y Papá Robustiano sobre su nuevo amigo lobo, ellos se pusieron muy preocupados.

"¡Un lobo! Eso es peligroso, querida! Debes quedarte lejos de él" - exclamó Papá Robustiano.

"Pero Papá, Rodolfo es bueno. Me ayudó cuando estaba atrapada" - insistió Lía.

"Los lobos son astutos. No debemos confiarnos" - agregó Mamá Susi.

Lía, sin embargo, decidió que tenía que hacer algo para demostrarles a sus padres que Rodolfo no era como los demás lobos. Así que un día, llevó a Rodolfo a la granja.

Cuando llegó, Mamá Susi y Papá Robustiano se asustaron al verlo.

"¡Lía! ¿Qué estás haciendo? ¡Ese lobo no debe estar aquí!" - gritaron al unísono.

Pero Lía se mantuvo firme.

"¡Por favor! Rodolfo no es peligroso. Solo quiere ser nuestro amigo. ¡Déjenlo hablar!" - pidió Lía.

Rodolfo, al ver la preocupación de los padres, se acercó con cuidado y dijo:

"Soy Rodolfo y sólo quiero ser su amigo. No quiero hacerles daño, solo quiero conocerlos y ayudarles en lo que pueda".

Los padres dudaron, pero Lía insistió en que Rodolfo había sido muy amable con ella. Así que decidieron darle una oportunidad.

"¿Y qué podrías hacer para ayudarnos?" - preguntó Papá Robustiano, aún un poco receloso.

Rodolfo sonrió y, con una idea brillante en mente, dijo:

"¡Puedo ayudarles a proteger su rebaño! Los zorros a veces intentan robar a las ovejas. Si me dejan quedarme un tiempo, los ahuyentaré para siempre".

Mamá Susi y Papá Robustiano miraron a Lía, quien asintió con entusiasmo.

"¿Y si es cierto? Podría funcionar" - pensó Mamá Susi en voz alta.

Al final, decidieron permitir que Rodolfo se quedara. A medida que pasaron los días, Rodolfo demostró ser fiel a su palabra. Cada vez que aparecían zorros, ellos huían asustados al ver al lobo. Todos en la granja comenzaron a ver a Rodolfo como parte de la familia.

Un día, mientras todos reunidos alrededor de una fogata, Papá Robustiano dijo:

"No puedo creer que hayamos tenido tanto miedo de Rodolfo. Nos mostró que no siempre hay que juzgar a alguien por su apariencia".

"Sí, y ahora tenemos un gran amigo" - añadió Mamá Susi, sonriendo.

Desde aquel día, Rodolfo fue visto como un héroe. No solo había defendido a la granja, sino que también había enseñado a todos en Valle Verde que a veces las primeras impresiones pueden ser engañosas. Gracias a su valentía y amistad, Rodolfo, Lía y la familia Robustiano formaron un vínculo irrompible.

Y así, en el pueblito de Valle Verde, un lobo y una oveja demostraron que la amistad puede superar cualquier miedo, y que cada uno, sin importar sus diferencias, puede ser un gran amigo.

FIN.

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