Román, Nala y el Misterio de los Huellitas
Era una mañana soleada en Buenos Aires, y Román se despertó emocionado. Hoy iba con su mamá, Pamela, a la veterinaria. Su mejor amiga, Nala, una perra de raza mestiza, movía la cola al ver que Román se levantaba. También su gato, Gato, que era un poco más distante pero siempre estaba atento.
"¡Buenos días, Nala! ¡Hoy será un gran día!" - dijo Román acariciando a su perra.
"¡Sí, un gran día!" - ladró Nala, aunque no había entendido exactamente qué significaba, estaba contagiada por la energía de su amigo.
"¡Vamos, Gato!" - llamó Román, pero Gato solo lo miró con desdén y se acomodó en el sillón.
La veterinaria de Pamela era un lugar lleno de vida, con diferentes criaturas y ruidos. Cuando llegaron, Román se sintió emocionado por la cantidad de animales que había.
"Mirá, Nala, ¡hay un loro!" - dijo Román, señalando un colorido loro en una jaula.
"¡Quiero conocerlo!" - ladró Nala, ansiosa por explorar.
Pamela le explicó a Román que no todos los animales se llevan bien entre sí.
"Es importante respetar el espacio de cada uno" - le dijo su mamá.
En medio de la visita, un gato travieso escapó por la puerta. Era un pequeño atigrado que, como Gato, parecía muy audaz.
"¡No! ¡Esperá!" - gritó Pamela, pero ya era tarde. El gato se había perdido entre las calles de Buenos Aires.
"¡Mamá! ¿Podemos ayudarlo?" - preguntó Román, sus ojos brillando de determinación.
"Está bien, pero debemos ser cuidadosos. Vamos, Nala, ¡tenemos que encontrarlo!" - respondió Pamela, sonriendo ante la valentía de su hijo.
Román, Nala y su mamá salieron a la caza del pequeño gato. Recorrían las calles con atención, preguntando a los vecinos si lo habían visto.
"¿Lo has visto?" - preguntó Román a una señora que paseaba a su perro.
"Sí, creo que lo vi correr hacia el parque" - respondió la mujer.
Con el corazón palpitante, Román y Nala comenzaron a correr hacia el parque. Al llegar, notaron que había una multitud de niños jugando.
"Gato, ¡dónde estás!" - llamó Román.
De repente, escucharon un maullido. Era el pequeño gato atigrado, atrapado en un arbusto, asustado y confundido.
"¡Ahí está!" - gritó Román con alegría.
"¡Nala, ven!" - ordenó, y su perra corrió hacia él.
Pero Nala se detuvo por un momento.
"Es un gato, Román. ¿Está bien si lo ayudo?" - se preguntó, inquieta.
"Sí, pero ten mucho cuidado, no todos los gatos son amistosos. A veces pueden mordernos si están asustados" - explicó Pamela.
Nala respiró hondo, acercándose con precaución al gato atrapado.
"¡Ven aquí, amiguito! No te haré daño" - murmuró con cariño.
"Vamos, yo estoy contigo, Nala" - animó Román, apoyando a su amiga.
Con un par de ladridos suaves, Nala logró calmar al gato. Con mucho tacto, Pamela lo liberó del arbusto mientras Román acariciaba su cabecita.
"¡Lo logramos!" - exclamó Román con una sonrisa de oreja a oreja.
"¡Qué buen trabajo, Nala!" - le dijo Pamela a la perra, que movía la cola orgullosa.
Decidieron llevar al pequeño gato a la veterinaria. Rojo, como el atardecer, era muy compasivo y agradecido.
"Ahora tienes un hogar" - le dijo Román mientras lo acariciaba.
"¡Y tú también tienes una nueva amiga!" - dijo Pamela.
Nala saltó de alegría, y el pequeño gato se pegó a ella. Whiskers, como lo nombraron, se convirtió en parte de la familia.
De regreso a casa, Román miró a su mamá.
"Gracias por ser la mejor veterinaria, y por enseñarme a cuidar de los animales" - dijo con admiración.
"Y gracias a vos, Román, por tu valentía y tu gran corazón" - respondió Pamela.
"Y yo estoy feliz de tener un amigo nuevo" - ladró Nala.
Así, Román, Nala y Gato aprendieron que, juntos, podían hacer una gran diferencia en la vida de los animales, y que la amistad entre ellos solo hacía las cosas más emocionantes y divertidas.
FIN.